miércoles 29 de octubre de 2025
No pictures with my father (2025) comienza con un instante de revelación en la vida del cineasta: al cumplir cuarenta años —esa edad bisagra que invita a la introspección—, advierte que jamás se ha tomado una fotografía a solas con su padre. Ese vacío, en apariencia trivial, se convierte en el motor de un doble viaje: uno geográfico, en busca del reencuentro, y otro interior, destinado a comprender las razones de esa ausencia visual y, sobre todo, a saldar una deuda emocional que arrastra desde hace años.
Lo que empieza como un simple intento por obtener una foto termina convirtiéndose, en palabras del propio Jernigan Jr., en una conversación sincera y vulnerable, cargada de décadas de silencio, emoción y esperanza. La narración en primera persona guía al espectador a través de esta búsqueda de conexión, exponiendo las inseguridades del autor y su proceso de catarsis emocional frente a la cámara con una honestidad descarnada.
Aunque el punto de partida es íntimo, el documental alcanza su mayor potencia cuando amplía el foco más allá del caso personal. No pictures with my father da voz a un sector social pocas veces protagonista en pantalla: la gente común de clase trabajadora. Por un lado, está la figura del padre —que recuerda su paso por el ejército durante la Guerra de Corea— y, por otro, los testimonios de personas entrevistadas durante sus pausas laborales, muchas de ellas brindando su testimonio en fábricas o espacios cotidianos. Esta decisión marca una diferencia clara con producciones como Stiller y Meara: nada se ha perdido (Stiller y Meara: Nothing Lost, 2025), el documental de Ben Stiller sobre sus célebres padres.
Los testimonios reunidos por Jernigan Jr. provienen de minorías sociales —comunidades negra, latina y LGBTQ+, entre otras—, entrevistadas en sus propios entornos. En esos relatos emergen experiencias personales con la figura paterna, a modo de exorcismo compartido. El film se convierte así en un espacio de reflexión para quienes suelen ser invisibilizados o no cuentan con el tiempo ni el lugar para sanar sus heridas.
El resultado es una catarsis honesta y conmovedora que, al abordar temas universales como el orgullo, el ego y las huellas de la ausencia paterna, trasciende la pantalla. El propósito final de Reginald M. Jernigan Jr. parece ser claro: compartir su experiencia para que otros se sientan interpelados a reconciliarse con su propia historia.