miércoles 29 de octubre de 2025
Maldita suerte (Ballad of a Small Player, 2025) comparte notables puntos de contacto con Cónclave (2024), la anterior película de Berger: planos recurrentes, el uso de espacios cerrados, la exploración de una decisión moral y la inconfundible música de Volker Bertelmann.
Colin Farrell encarna a Lord Doyle, un jugador compulsivo acorralado por las deudas. Atrapado en un hotel de cinco estrellas en Macao, la ciudad conocida como «Las Vegas de China», Doyle se juega fortunas que ya no posee. Desesperado, ruega a Dao Ming (Fala Chen) un último crédito para intentar recuperar su inversión y saldar sus obligaciones. Ella, desconfiada, le aconseja que se aleje de los casinos para siempre. Mientras tanto, debe huir del acoso de la investigadora privada Cynthia Blithe (Tilda Swinton).
Edward Berger es un realizador de gran solvencia visual, algo que ha demostrado en sus recientes producciones. No obstante, en este caso, la historia se percibe menos emotiva que sus películas previas. Este hecho se refleja en el resultado: una producción visualmente deslumbrante que, en términos narrativos, tiene poco que añadir al ya conocido relato de la redención del apostador.
Los primeros planos de rostros, los planos abiertos de largos pasillos simétricos y la música incesante de Volker Bertelmann replican la sensación de opresión lograda en Cónclave. Sin embargo, el dilema moral del protagonista resulta aquí mucho más superficial. No se trata de la puja de intereses políticos en el Vaticano, sino de cambiar esa vida de excesos que condena al protagonista a la autodestrucción.
Como contrapunto, Berger recurre a una paleta de colores vibrantes para capturar el neón y el brillo de la ciudad china. Una ciudad impactante de colores y luces que seduce a sus apostadores. El montaje imprime un ritmo vertiginoso y una tensión propia de un thriller con tintes paródicos, con personajes y situaciones al borde del grotesco.
Colin Farrell se esfuerza al máximo para cargar con el peso del film. Es particularmente destacable el paralelismo que traza la película entre la figura del apostador al borde del colapso nervioso y un capitalismo insaciable, incapaz de frenar su avance voraz. Esta es una metáfora bastante evidente pero efectiva que refleja la película.
La película alcanza su mejor rendimiento cuando incorpora elementos de un ritual oriental asociado al misticismo y los fantasmas. Esto proporciona una explicación hiperrealista a la situación, permitiendo que la trama se aleje ligeramente de su histrionismo. Una señal fantástica que el protagonista debe decodificar para salir de su espiral autodestructivo.
Parece que Edward Berger no consigue dar con el tono preciso para Maldita suerte; no alcanza la profundidad del drama existencial ni la mordacidad de la parodia, y mucho menos la trascendencia de una redención trágica. Así, a medio camino entre estos registros, queda la desordenada travesía de este jugador.