
Durante una semana, del 7 al 13 de agosto, General Pico dejó de ser sólo una ciudad de la llanura pampeana. Fue un punto de encuentro: cuarenta películas -entre largos y cortos- fueron proyectadas en las dos salas cargadas de historia de la Asociación Italiana.
Con espectadores que llegaban de distintos puntos de la provincia, vecinos que nunca habían estado en un festival y realizadores que viajaron miles de kilómetros para estar aquí. Había quienes se sentaban en la última fila y miraban con los brazos cruzados, y quienes salían de la sala con la urgencia de comentar lo visto, como si no hablar fuera traicionar la experiencia.
“No es un evento más, es un manifiesto”, dice una señora que se toma un café a las apuradas para ir de un cine a otro. Y lo es: en un lugar sin escuela de cine, sin industria audiovisual consolidada, reunir 350 películas inscriptas y programar estrenos, rescates patrimoniales y talleres es un acto de resistencia cultural.
En el centro de esa apuesta estuvo la Muestra Pampeana, con catorce realizadores locales. “Lo que buscamos es que los que vienen vean que hay cine pampeano -explica Ana Contreras, directora artística del festival- pero también que los de acá se encuentren con quienes han tramado una vida en torno al cine. Que no quede esa idea paternalista de que el interior sólo se ve a sí mismo”.
Sus palabras suenan como un manifiesto de identidad y apertura artística. La Legislatura de La Pampa premió, por primera vez, al mejor trabajo de esa sección: Las partes de un todo, de Julián Ravera y Marcos Fernández. Un gesto institucional que suma peso a un espacio que, hasta hace poco, vivía en la fragilidad.
Pero el festival no fue sólo pantalla. También hubo talleres que, como dice Contreras, forman parte del corazón del proyecto: espacios donde el intercambio con realizadores nacionales e internacionales no se limita a una charla técnica, sino que habilita conversaciones sobre lo que significa contar historias desde aquí.
Hubo clases sobre crónicas de cine, preservación de archivos, del sentido de hacer cine hoy, un Laboratorio para nuevos proyectos y hubo, sobre todo, esa sensación de que cada uno salía de allí con una herramienta nueva y una pregunta en la cabeza.
El público respondió. Las funciones infantiles llenaron las salas con chicas y chicos que entraban corriendo y salían tarareando melodías de las películas animadas. Los estrenos nacionales, como Amor descartable de Azul Aizenberg o Los cruces de Julián Galay, encontraron espectadores dispuestos a descubrir sin prejuicios.
El jurado de largos, con figuras reconocidas como la actriz y directora María Alché, el crítico y programador Diego Trerotola y el divulgador Maui Alena, premió a El Príncipe de Nanawa, de Clarisa Navas, y el del apartado de cortos nacionales destacó ¿Dónde está mi amigo Yaré?, de Leandro Nicolás Zerbatto.
En la competencia regional, El río siempre fue un color, de Floriana Lazzaneo y Mariana Lombard, se llevaron el premio mayor.
El cierre, el 13 de agosto, volvió a convocar a todos en el Cine Teatro Pico. Se celebraron las menciones especiales, los premios del público, las victorias grandes y pequeñas. Y, antes de bajar el telón, se hizo un anuncio que proyectó al festival hacia el futuro: la décima edición será del 6 al 12 de agosto de 2026.
En la vereda, después de la ceremonia, algunos se quedaban charlando como si no quisieran irse. Tal vez porque, para muchos, esos siete días no fueron sólo cine. Fueron encuentros, aprendizajes, imágenes que quedarán guardadas. Y también fueron la confirmación de que, en esta provincia que aún busca consolidar su voz audiovisual, hay un público que se apropia del festival como propio.
La Asociación Italiana, con la productora Sonia Ziliotto, Claudio Mateos y “Bichi” Angelucci en un esfuerzo constante y sus dos salas siempre activas, sostienen la infraestructura; la programación, con su diversidad de miradas, sostienen el alma. Lo demás lo hace la gente: los que miran, los que filman, los que enseñan, los que se dejan sorprender.
En el fondo, el festival funciona como un espejo que devuelve a los pampeanos una imagen de sí mismos que tal vez no habían visto antes: plural, inquieta, capaz de contarse al mundo.
Cuando se cerraron las puertas y se apagaron las luces del Cine Teatro Pico, la sala quedó vacía pero no en silencio. Todavía quedaba flotando un rumor de voces, una respiración colectiva que duró siete días. Afuera, el aire frío de agosto devolvía a la ciudad a su ritmo habitual, pero adentro, entre las butacas y el escenario, se quedaba la memoria de un festival que, más que una sucesión de proyecciones, fue una forma de vivir.
Todos los ganadores
Competencia Nacional de Largometrajes
Mejor Película: El príncipe de Nanawa, de Clarisa Navas
Mención especial: Los cruces, de Julián Galay
Premio del Público: Amor descartable, de Azul Aizenberg
Competencia Nacional de Cortometrajes
Mejor Corto: ¿Dónde está mi amigo Yare?, de Leandro Nicolás Zerbatto
Mención Especial: 105 veranos después, de Esteban Belloto Kuzminsky
Premio del Público: Luz Diabla, de Patricio Plaza, Paula Boffo y Gervasio Canda
Competencia Regional de Cortometrajes
Mejor Película: El río siempre fue un color, de Floriana Lazzaneo y Mariana Lombard
Mención Especial: Miren Felder, de Malén Otaño
Premio del Público: Miren Felder, de Malén Otaño
Muestra Pampeana
Las partes de un todo, de Julián Ravera y Marcos Fernández