Luca Guadagnino ha demostrado en toda su filmografía, desde Call Me by Your Name hasta Suspiria, que su sensibilidad visual necesita un contrapunto auditivo igualmente sofisticado. En Caza de Brujas, esa función recae en el dúo ganador del Oscar, cuyas partituras combinan lo industrial, lo minimalista y lo melancólico. El resultado es una experiencia emocional que trasciende la pantalla.
El eje de Caza de Brujas es el dilema ético: Alma, Julia Roberts, una profesora universitaria de prestigio, se enfrenta a una investigación interna que pone en jaque su reputación y la de toda la institución. Lo que podría haberse narrado como un drama judicial o un thriller académico se transforma, gracias a la música, en un estudio sonoro del poder, la duda y la culpa.
Reznor y Ross crean una partitura que no guía, sino que interroga. En lugar de dictar emociones, su música abre grietas en el espectador. Cada nota parece preguntar: ¿De quién es la culpa?. ¿Qué silencio pesa más? Las texturas electrónicas y los acordes suspendidos funcionan como un espejo de la mente de la protagonista. Los sintetizadores graves se arrastran como pensamientos reprimidos. Las cuerdas fragmentadas evocan nerviosismo, represión, ansiedad y los silencios prolongados pesan más que cualquier clímax orquestal. Así, el espectador no solo ve la historia, sino que la escucha desde dentro del conflicto.
La película alterna música original con canciones seleccionadas por Guadagnino desde The Smiths hasta Miles Davis, pasando por Ryuichi Sakamoto y György Ligeti y cada una cumple un propósito narrativo. Las piezas preexistentes dialogan con la partitura de Reznor & Ross para construir un mapa emocional de múltiples capas.
Por ejemplo, cuando la historia se adentra en el pasado de la protagonista, la textura sonora cambia: los temas electrónicos se diluyen, y un piano distante reminiscente de The Social Network sugiere recuerdos deformados. No hay melodías completas, solo fragmentos, como si la verdad misma estuviera rota.
Este contraste entre lo musicalmente humano, el jazz, la voz, la melodía y lo sintético, el ruido, la distorsión, la respiración electrónica, subraya el enfrentamiento entre lo racional y lo emocional, entre el orden institucional y la verdad interior.
En Caza de Brujas, los silencios son tan importantes como los diálogos. Guadagnino confía en la música para hablar cuando los personajes callan. Reznor & Ross no llenan los vacíos, los amplifican. Un zumbido casi imperceptible puede marcar el inicio de una mentira, una nota sostenida, el eco de una culpa reprimida. Este tratamiento sonoro transforma la película en una experiencia sensorial: el espectador siente la tensión antes de comprenderla. Es la música la que anticipa el conflicto, la que respira por los personajes cuando sus palabras fallan.
Así, la banda sonora no solo acompaña la acción: se convierte en el lenguaje de la moral ambigua, en el susurro de todo lo que no se puede decir.
Desde The Social Network (2010) hasta Gone Girl (2014), Reznor y Ross han redefinido la función de la música en el cine contemporáneo. Ya no buscan el impacto emocional directo, sino la incomodidad prolongada, ese temblor interno que persiste mucho después de que termina la escena.
En Caza de Brujas, esa incomodidad es la clave. La historia no ofrece certezas, y la música tampoco. Ambas trabajan para desestabilizar al espectador, para dejarlo en un terreno movedizo.
Su enfoque electrónico, austero y fractal encarna perfectamente la lógica del guion: nada es absoluto, todo vibra, todo tiembla. La banda sonora, entonces, no es un fondo sonoro, sino el espacio emocional en el que habita la película.
La grandeza de la banda sonora de Caza de Brujas radica en su capacidad para pensar. No se limita a ilustrar, sino que interpreta, cuestiona y complementa el relato. Reznor & Ross componen no para emocionar, sino para provocar reflexión. En una película sobre verdades parciales y silencios institucionales, la música se convierte en la única voz honesta. Nos guía sin darnos respuestas, nos envuelve sin ofrecernos consuelo.
En definitiva, Caza de Brujas demuestra que una película puede cambiar por completo según cómo suene. Y que en manos de Reznor & Ross, el sonido no solo acompaña la historia: la escribe, la moldea y la hace inolvidable. @mundiario