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n 1995 se inauguraba el mayor complejo de exhibición fílmica en la Ciudad de México a cargo de la compañía estadunidense Cinemark, que arrendaba una porción del llamado Centro Nacional de las Artes. De aquellas 12 flamantes y ultramodernas salas, al menos tres de ellas habían sido concedidas al Instituto Mexicano de Cinematografía. Precisamente, se estrenaba ahí en mayo de aquel año y en varias salas más con enorme éxito a lo largo de ocho semanas El callejón de los milagros (1994) de Jorge Fons, protagonizada por una muy joven, inexperta y bella Salma Hayek, cuyos aires de diva le venían como anillo al dedo a aquella gran producción de ambiente popular.
Un eficaz melodrama ambientado en el Centro Histórico y armado por varios episodios tragicómicos con los temas de moda de aquellos años 90: ilegales, prostitutas, homosexualismo y más, a partir de una novela del escritor egipcio y Premio Nobel Naguib Mahfuz, adaptado antes en Principio y fin (1993) de Arturo Ripstein, quien concentraba en su trama todos los elementos crudos y misóginos de una familia que se derrumba a la muerte del padre. De hecho, tanto Principio y fin como El callejón de los milagros fueron ejemplo de lo que representaba aquel cine nacional de calidad previo a la revolución del nuevo milenio con Amores perros, Perfume de violetas o La ley de Herodes, entre otras y que incluían: un reparto de primera línea, grandes medios de producción, un buen equipo técnico y eficacia narrativa. Dos filmes polémicos de impecable factura y trascendencia en el cine mexicano de hace tres décadas.
El callejón de los milagros, ambicioso melodrama estructurado por diferentes historias entrecruzadas ligadas por la presencia de la mula de seis –la “cacariza” del dominó, que abre cada capítulo– y dividido en cuatro partes que se conectan entre sí, intentaba mostrar diversos ángulos u opciones alternativas al estilo de filmes como: Vidas cruzadas (Robert Altman, 1993), El tren del misterio (Jim Jarmusch, 1989) o Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), incluso La mujer del puerto (1990) de Arturo Ripstein. Todo ello, a partir de un espléndido guion de Vicente Leñero que utilizaba con eficacia un novedoso recurso que convertía a los personajes centrales en secundarios de un relato a otro.
Además de la brillante cinefotografía de Carlos Marcovich, lo primero a destacar en aquel contexto de 1995, era un curioso regreso de buena parte del cine mexicano de entonces, al típico melodrama de la llamada época de oro, ejemplificado en cintas contemporáneas a El callejón de los milagros, como las hoy olvidadas: Los vuelcos del corazón (Mitl Valdez, 1993), Vagabunda (Alfonso Rosas Priego, 1993) o las citadas: La mujer del puerto y Principio y fin, escritas las tres últimas por Paz Alicia Garciadiego. La película, dirigida con habilidad por Jorge Fons responsable de obras excepcionales como Los albañiles o Rojo amanecer, trasladaba la novela homónima ambientada en el Cairo de los años 40 al México de los 90.
El callejón de los milagros puede verse como una continuación tragicómica de Principio y fin. Ambas, no sólo comparten al mismo escritor, Mahfuz, sino al productor Alfredo Ripstein, tramas, valores morales, atmósferas, banda sonora (Lucía Álvarez) y por supuesto, un cuadro de actores similar. Fons se empeñó con fortuna en extraer el humor y la tragedia de seres como don Rutilio (Ernesto Gómez Cruz), un cincuentón dueño de una cantina que descubre tardíamente su homosexualidad al enamorarse de Jimmy (Esteban Soberanes) jovencito gay dependiente de una camisería. Alma (Salma Hayek), la pretenciosa belleza del barrio que acaba como prostituta seducida por José Luis (Daniel Giménez Cacho). Susanita (Margarita Sanz), la casera de la vecindad y solterona que termina casándose con el interesado y joven mesero (Luis Felipe Tovar) y finalmente Abel (Bruno Bichir), eterno enamorado de Alma, quien regresa de Estados Unidos –junto con Chava (Juan Manuel Bernal) hijo de don Ru–, para recuperarla con trágicos resultados.
El callejón de los milagros obtuvo 11 Arieles, el Goya a Mejor Película Iberoamericana, la Mención especial por la excepcional calidad narrativa en el Festival de Cine de Berlín y por supuesto, fue la plataforma para el despegue de Salma Hayek.
Se exhibe en la Cineteca México y Chapultepec, Cinépolis y Cinemex.