jueves 30 de octubre de 2025
El estreno en España de La noche está marchándose ya marcó el regreso de Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini al festival vallisoletano, donde en 2021 ganaron la Espiga de Plata al mejor cortometraje con Mi última aventura. En esta ocasión, la dupla cordobesa presentó una película rodada en blanco y negro, una decisión estética que funciona tanto como homenaje al cine clásico de los años 30 —con ecos del film noir y el melodrama— como recurso plástico frente a la austeridad presupuestaria.
El Cine Club Municipal Hugo del Carril, epicentro cultural de la ciudad de Córdoba, es el gran protagonista de la historia. “Es el centro de la actividad cinematográfica, un lugar donde la gente se encuentra. Nos servía no solo como set, sino como algo simbólico”, explicó Sonzini. Su compañero añadió: “Filmar en blanco y negro no fue un gesto nostálgico, sino una forma de compensar el bajo presupuesto con una apuesta visual coherente con la historia”.
El film sigue a Pelu, un proyeccionista despedido que pasa sus noches como guardia de seguridad en la sala que lo vio trabajar. Interpretado por Octavio Bertone, habitual colaborador de los directores, el personaje encarna la resistencia del trabajador cultural frente a la precarización del sector. “Filmar en una sala de cine fue como exorcizar una pesadilla. La gestión pública argentina está dispuesta a recortar cualquier cosa vinculada a la cultura”, señaló Salinas, en alusión directa a las políticas restrictivas del gobierno de Javier Milei.
Bertone destacó el valor de la comunidad que rodea al Cine Club: “El resto de los personajes son actores que frecuentan la sala. Es una ficción, pero está muy cerca de nuestra vida cotidiana”. Los realizadores, por su parte, expresaron su deseo de seguir filmando al actor “para ver cómo evoluciona y envejece en pantalla”.
Salinas y Sonzini describieron el rodaje como un juego, una forma de recuperar el placer de hacer cine en tiempos adversos. “No era solo trasladar nuestra experiencia a la ficción, sino inventar y probar como si fuera un concurso de disfraces. Cuando pensamos que no íbamos a volver a filmar, dijimos: vamos a disfrutar”, comentó Sonzini.
La película se convierte así en un gesto político y afectivo, una defensa del trabajo colectivo como herramienta de resistencia. “Vimos que entre amigos podíamos hacer una película, no para festivales, sino para no sufrir en soledad. No vamos a dejar de filmar ni de sostener espacios como el Cine Club”, afirmó Salinas.
Ante la crisis que atraviesa la industria audiovisual argentina, los directores mostraron confianza en la capacidad de recuperación del cine nacional. “No sabemos si Milei seguirá o no, pero el cine argentino se ha recuperado de cosas peores”, sostuvo Salinas. “Los cineastas resistieron política y estéticamente a enemigos más feroces. Argentina volverá a producir como en sus mejores años, y esperamos poder seguir aportando a ese renacer”, concluyó.