jueves 30 de octubre de 2025
Un amor incompleto (Une part manquante, 2024) está escrita por su director, Guillaume Senez, junto a Jean Denizot, y es una película con una historia simple que trabaja logradamente el formato audiovisual.
Jay (Romain Duris) es un francés que vive en Tokio hace varios años, y trabaja de taxista por las noches. Con cierta reticencia se prepara para cerrar la etapa de su vida en Japón y volver a su país. Sin embargo, días antes de vender su casa ocurre el reencuentro que había estado esperando los últimos nueve años.
A pesar de tratarse de un largometraje cuyo género predominante es el drama, Un amor incompleto va construyendo en el espectador una tensión a partir de lo que no se dice y lo que se va dejando entrever de manera progresiva. El tatuaje floral de Jay (imaginamos que es una lila) debe estar cubierto cuando ingresa al baño público, escenario japonés japonés. Este gesto simboliza la renuncia de Jay a expresarse en relación a la situación que le toca vivir, y es un requerimiento para integrarse en esa sociedad. Asimismo, por el vestuario, por las ubicaciones y por la actitud de los personajes podemos hacernos una idea del poder adquisitivo que tiene la familia materna de Lily.
La decisión de desentrañar muy paulatinamente y casi en silencio las cuestiones claves del conflicto principal es sólida y orgánica, ya que el ritmo que va adquiriendo la película (en el que colaboran todos los elementos, incluso la música) funciona como un espejo de lo que le está ocurriendo al protagonista. Sobre el inicio vemos a un Jay subsumido por las costumbres japonesas, debiendo soportar restricciones y mimetizarse cumpliendo protocolos continuamente. A través de la película, y debido a varios hitos que van sucediéndose -entre ellos, el encuentro con Jessica (Judith Chemla), una madre francesa desesperada por volver a ver a su hijo- Jay va saliendo del constreñido rol de japonés y volviendo a ser quien era. Romain Duris (Rompecabezas chino, París, Los rompecorazones) le da a su personaje un cariz humano, con todos los matices que necesita la historia. A lo largo de los 98 minutos de película lo vemos cansado, indeciso, firme, harto, desesperado, dolido y también feliz (no necesariamente en ese orden).
Aunque, a simple vista, el tema de la película es la paternidad, específicamente el impedimento de ejercerla debido a los lineamientos que la ley japonesa determina para la custodia tras una separación, hay otro tema latente, uno que puede convocar a la audiencia con más potencia: la insoslayable situación de alteridad del extranjero (despectivamente llamada “gaijin”) en la sociedad japonesa, alteridad que, por supuesto, puede pensarse, en mayor o menor medida, en todos los casos de migración.