Una despistada cría de zarigüeya, una araña saltarina que intenta proteger su nido y una iguana verde recién salida del huevo, protagonizan la segunda temporada de Naturaleza de pesadilla (Nightmares of Nature, Charlotte Lathane, 2025), subtitulada “Perdidos en la selva”, la serie producida en conjunto por la estadounidense Blumhouse Television —especializada en cine de terror de bajo presupuesto (responsable de películas como Sinister Insidious y franquicias como La purga, Actividad paranormal o Teléfono negro)— y la británica Plimsoll Productions —centrada en documentales de vida salvaje como A Real Bugs Life Shark! Celebrity Infested Waters o The Devil´s Climb, para National Geographic—, cuyo mayor mérito consiste en haber logrado fusionar una narración de terror, propia de la fecha del Halloween o el Spooktober, con el mejor y más interesante documental sobre la vida salvaje.
En esta segunda temporada cambiamos de escenario. Ya no se trata de la solitaria cabaña en medio del bosque, misma que terminará por incendiarse –porque “no pertenece bosque”– y asimilarse al entorno, sino de un laboratorio abandonado, de aspecto aún más siniestro, que ha sido “cerrado por sus pecados contra la naturaleza”, como cuenta la voz de Maya Hawke -que repite como narradora- mientras vemos los frascos de vidrio que contienen animales en formol. El laboratorio que, curiosamente, aún se mantiene encendido y con las cámaras de circuito cerrado funcionando, servirá, como la cabaña en la primera temporada, de refugio para los tres héroes que escapan de los peligros del exterior.
Una vez más el drama se supedita al comportamiento natural de los tres animales, que se ganan la empatía del espectador, en sus intentos por sobrevivir. Aprendemos que las iguanas verdes, apenas salidas del huevo, se mantienen juntas, que las zarigüeyas son inmunes al veneno de las serpientes y que una pequeña araña saltarina tiene más trucos que el sombrero de un mago, pero, si algo diferencia a esta temporada de su predecesora, es el uso de la violencia aún más extrema. Si en “La cabaña en el bosque”, veíamos algunas horribles formas de morir para los animales protagonistas en pantalla, en “Perdidos en la selva” (situada en Centroamérica, con sus tres capítulos: “La jungla te da la bienvenida”, “Atrapados” y “Sin salida”), el magistral trabajo de cámara no tiene empacho en mostrar el atropellamiento de la zarigüeya hembra, con todas sus crías a cuestas -menos una, nuestra protagonista- bajo las llantas de un auto, el comportamiento errático de una hormiga zombificada por el hongo zombi Cordyceps, que brota, reventando desde adentro, el cuerpo de la hormiga, cual Alien de la vida real, y cuyas esporas llueven sobre la colonia que le impide el paso a la araña, antes de alcanzar el árbol donde ha anidado, un caimán devorando viva a una de las iguanas, o la mordedura de una serpiente en la tierna cría de zarigüeya.
El darwinismo es, en esencia, el tema que vertebra la serie que, lejos de cualquier artificio sentimental, se atreve a mirar el caos natural con una lente casi nihilista, donde la supervivencia y la muerte conviven sin moral ni redención. En ese sentido, su fuerza radica precisamente en lo que rehúye, no hay consuelo ni moraleja, solo la belleza fría y despiadada del mundo natural, pues felizmente los guionistas evitan el error de caer en las ridículas concesiones de la humanización de sus protagonistas animales, a excepción de esa suerte de venganza ecológica -más bien ecologista- cuando, como en la primera temporada, “la selva está haciendo todo lo posible por recuperar este lugar”, terminando por echar abajo al laboratorio.
Naturaleza de pesadilla se confirma, con esta segunda temporada, como una de las propuestas más audaces e inquietantes del documentalismo contemporáneo. La extraña alianza entre Blumhouse Television y Plimsoll Productions no solo logra un inusual equilibrio entre el rigor científico y el terror atmosférico, sino que redefine lo que puede ser la representación audiovisual de la vida salvaje, que se nos presenta como un espectáculo tan fascinante como cruel -el drama, necesario para su puesta en escena, lo aleja de la verdad natural más impactante, a saber, su amoralidad, revistiéndose entonces de crueldad-, y tan pedagógico como perturbador. El trabajo de cámara, la música de Stuart Roslyn y Chris Elmslie, la narración hipnótica de Maya Hawke y la dirección de Charlotte Lathane (Evolution Earth, 2021; Terra X, 2021)) convierten cada episodio en una experiencia sensorial y emocional que recuerda al horror corporal del cine de David Cronenberg y a la poesía visual de los grandes documentales de National Geographic. Con “Perdidos en la selva”, la naturaleza ya no es solo un escenario; es una fuerza viva e impredecible. La violencia -esa que no proviene del ser humano sino de las leyes biológicas más puras- se erige como la verdadera protagonista. El ser humano es una ausencia que, empero, mantiene su ominosa presencia como fondo contextual (la cabaña y el laboratorio) pero no en la forma, y al final, cuando el laboratorio se derrumba bajo el peso simbólico de sus pecados, la serie nos devuelve al origen, pues la naturaleza siempre reclama lo que le pertenece.
En tiempos donde el documental busca edulcorar la realidad con mensajes de esperanza, Naturaleza de pesadilla apuesta por la crudeza. Y lo hace con una belleza tan feroz como honesta.