jueves 30 de octubre de 2025
Las antologías de terror tienen la capacidad de entrar en varios mundos en una sola noche, como abrir un libro y que cada página nos lleve a un infierno distinto. El ritual del libro rojo: La puerta al infierno (2025) cumple con esa idea desde el minuto uno. No intenta disfrazarse de película tradicional ni busca justificar su estructura coral: asume el formato, lo abraza y lo lleva al límite con una creatividad que, sinceramente, sorprende.
Coproducida entre Argentina, Paraguay y Nueva Zelanda (una mezcla curiosa pero efectiva), la película se siente más internacional que regional. Hay oficio, hay técnica y una intención clara de elevar el estándar de este tipo de producciones. Lo primero que se nota es la fotografía, muy cuidada, con luces frías y un uso inteligente del fuera de campo. Lo segundo, la banda sonora de Nicolás Onetti, que no se limita a subrayar los sustos: los construye, los hace respirar.
Entre los segmentos, hay varios que sobresalen. El de la familia con máscaras de zorros —con Georgina Campbell, la actriz de Barbarian, liderando la pesadilla— tiene una energía que recuerda a Cacería macabra (You’re Next, 2011), pero con un pulso más ritualista. La historia del tranvía, por su parte, parece salida de un sueño febril de Hideo Kojima, creador de Silent Hill: opresiva, húmeda, con esa sensación de que algo respira detrás del vapor. Justo después está la de la máscara de pájaro, destacada por una tensión cocinada a fuego lento, y luego la más cercana a la actualidad, la de los filtros de teléfono, casi un episodio perdido de Black Mirror que pone el foco en algo tan cotidiano como siniestro.
Lo más interesante es que, aunque cada historia tiene su tono, hay una cohesión estética que las une. No parece un rejunte improvisado, sino un trabajo pensado para dialogar entre sí. Al final, El ritual del libro rojo: La puerta al infierno deja esa sensación agradable y extraña de haber visto una antología con identidad propia. No es perfecta, pero tiene lo que muchas no: atmósfera, ideas, una ambición que se nota en cada plano y, por sobre todo, la inigualable posibilidad de verla en cines a partir del 30 de octubre. Por si hacía falta aclararlo: verla en salas, con la oscuridad y el sonido a todo volumen, multiplica el efecto.
No se sabe si invoca demonios, pero sí deja la cabeza de quien la ve un rato en otro plano.