lunes 27 de octubre de 2025
Con Edén (2024), Ron Howard regresa al cine de ideas grandes y conflictos morales. Inspirada en hechos reales, la película revive la historia de un grupo de alemanes que, tras la crisis económica de 1929, decide fundar una nueva sociedad en las islas Galápagos, buscando un refugio del caos civilizatorio.
Entre ellos se encuentra el doctor Friedich Ritter (Jude Law), un intelectual que reflexiona en sus escritos acerca de la corrupción del mundo moderno. A su lado, Dore Strauch (Vanessa Kirby) encarna la tensión entre el idealismo utópico y la inevitable naturaleza humana. Pronto se suma una pareja compuesta por Heinz (Daniel Brühl) y Margarett (Sydney Sweeney) con un niño de diez años; y una baronesa (Ana de Armas) con sus ayudantes (Felix Kammerer y Toby Wallace).
Howard plantea así un relato con ecos de La costa mosquito, Robinson Crusoe y La isla del Dr. Moreau, con un desarrollo que gira sobre las grietas de una comunidad condenada por el ego, la envidia y el deseo de poder. El director intenta construir una parábola social sobre los límites del idealismo, donde el conflicto no se presenta en las fuerzas de la naturaleza sino en la misma condición humana, pero su aproximación carece de la sutileza necesaria.
Edén intenta interrogar la moral del hombre cuando se libera de las estructuras sociales, aunque termina convertida en un melodrama de buenos y malos, previsible en sus giros y excesivamente solemne en su tono. A nivel formal, Howard apuesta por una narración clásica, un tono épico y una fotografía cálida que contrasta con el deterioro interno de sus personajes. Sin embargo, el resultado se siente pretencioso, como si la película buscara una profundidad filosófica que nunca llega a concretarse.
Las interpretaciones de Jude Law y Sydney Sweeney son, sin duda, el pilar más sólido del film. Law logra dotar a su personaje de una mezcla de carisma y rigidez moral, mientras que Sydney Sweeney aporta vulnerabilidad y magnetismo a su papel. Pero la entrega actoral no logra salvar a Edén de una narrativa irregular, que se pierde entre la alegoría y el exceso de solemnidad. Los personajes, apenas delineados, funcionan más como estereotipos de clase (el rico, el pobre, el intelectual) que como seres humanos, algo que reduce el impacto emocional de la historia.
Ron Howard, cineasta de gran oficio narrativo, tropieza aquí con un guion de Noah Pink que sobreexplica sus ideas, en esta película que pretende ser trascendente y termina siendo solo una fábula pretenciosa y, por momentos, al borde del ridículo.