¿Q
uién es el monstruo, quien es el ciego? Hacia 1816 en Villa Diodati, posesión suiza de Lord Byron, éste, junto con su médico y secretario personal John William Polidori, el poeta Percy B. Shelley y su mujer, Mary Wollestonecraft, consintieron en escribir por separado un relato terrorífico. Usando el apellido de su amante, Mary B. Shelley, eligió una narración gótica que se ajustara a las inquietudes del momento: la muerte y la vida después de ésta, la galvanización y la leyenda de Prometeo. Con esos elementos nacería la historia de la criatura del Doctor Frankenstein, científico obsesionado por crear un ser perfecto que consigue inyectar vida a varios fragmentos de cadáver que reúne. Este ser patético y horrible que siente y sufre como un humano se rebelará contra su creador y casi cien años después llegaría al cine en la versión silente de J. Searle Dawley en 1910 para trastocarse en uno de los monstruos fílmicos por excelencia en la cinta de James Whale, Frankenstein (1931).
Casi un siglo después de aquel gran clásico de la Universal Pictures, Guillermo del Toro regresa con uno de sus proyectos más acariciados: su versión de Frankenstein (Estados Unidos-Gran Bretaña-México, 2025) con el respaldo de otro monstruo: Netflix . El arranque es espectacular: los tripulantes de un navío danés atrapado en el mar helado del Ártico se enfrentan a la furia de un gigante de fuerza sobrehumana (Jacob Elordi) que desea acabar con un hombre herido al que intentan ayudar: un tal barón Victor Frankenstein (Oscar Isaac). Lo que sigue es la soberbia, oscura y bella narración furiosamente romántica de ese miedo a lo otro y la aberración que convive en el ser humano; temática que condensa la brillante filmografía del cineasta tapatío.
A esa amplia galería que incluye Mimic, los espectros de El espinazo del diablo, Blade II, Hellboy, los seres fantásticos de El laberinto del fauno, la criatura de La forma del agua e incluso Pinocho, se suma el “monstruo” de Frankenstein como alegorías del rechazo a esa otredad que se opone a los códigos de normalidad y perfección impuestos por la sociedad. En este caso el freak, el marginado capaz de tener sentimientos y amar como lo hacía el personaje humanoide con rasgos de pez y batracio de la citada La forma del agua. Ello, en un filme que relabora a su vez la esencia de La bella y la bestia (la relación de empatía entre el monstruo y Elizabeth interpretada por la carismática Mia Goth) a partir de un magistral virtuosismo visual en un tono y un estilo que se aproxima en buena medida a la novela original y la imaginería gráfica de aquella época en que se publicó la obra de Mary B. Shelley en 1818.
Con un antecedente como el de Frankenstein, su verdadera historia (1973), decoroso telefilme a cargo del disparejo artesano Jack Smight, Del Toro aporta un aliento épico a su relato de horror metacientífico y saca provecho de una producción apabullante con un impactante diseño de producción y una hipnótica propuesta visual a cargo de su cinefotógrafo de cabecera Dan Laustsen y sus frenéticos movimientos de cámara que se complementan con la obsesiva banda sonora de Alexandre Desplat.
A diferencia de las múltiples y anteriores versiones, el Frankenstein de Del Toro deja de lado el tema de la soberbia metafísica: el hombre que crea a otro a imagen y semejanza, para explorar esa inquietante sensación que se encuentra en los extremos del horror y la emotividad: el ser solitario y monstruoso que aprende a hablar o pide a gritos una compañera y es capaz de enfrentar con extrema violencia a los hombres, en una historia que remite a su vez a la reconciliación familiar y la difícil relación padre e hijo.
La habilidad narrativa, la magistral puesta en escena o la pasión que Del Toro siente por su obra y sus criaturas resultan tan perfectas como irreprochables. No obstante, pesa también el impulso comercial de Netflix y la maquinaria hollywoodense y su Frankenstein resulta técnica y argumentalmente inmejorable, poética incluso; sin embargo, le falta el alma, la chispa de vida que sí tenía aquella pequeña joya de bajo presupuesto de James Whale (y del maquillista Jack Pierce) con un desconocido Boris Karloff, cuyo nombre ni siquiera aparecía en los créditos iniciales –sólo se leía: The Monster:…?– papel que antes rechazara Bela Lugosi, protagonista de la exitosa Drácula de aquel 1931.
Frankenstein se exhibe en la Cineteca Nacional, Sala Julio Bracho y Cinematógrafo Chopo de la UNAM, Cine Tonalá, La Casa del Cine, Cinemanía y otros.