viernes 24 de octubre de 2025
En Amantes en el cielo (2025), Fermín de la Serna se adentra en el corazón del Amazonas peruano para seguir a Cristina y La Bonita, dos cocineras trans que llevan años navegando en barcos cargueros. En ese territorio flotante, el director construye un retrato que entreteje lo íntimo y lo colectivo, la soledad del río y la comunidad que se sostiene en sus orillas. El film propone una inmersión sensorial más que narrativa: las historias emergen de los gestos, del sonido ambiente y del flujo del agua.
La cámara observa sin imponer. De la Serna apuesta por una presencia invisible, que registra los movimientos mínimos —una mirada, una olla, una pausa bajo el sol— y deja que el entorno determine el ritmo. Esta decisión formal define un lenguaje de cercanía, donde la acción se diluye en la contemplación. Los planos cerrados y los contraluces recortan los cuerpos contra la inmensidad del río, mientras la textura digital acentúa la humedad y el espesor del aire. El documental rehúye del énfasis dramático y encuentra sentido en lo cotidiano: cocinar, limpiar o fumar se transforman en actos de permanencia.
El montaje, sin aferrarse a la linealidad, propone un ritmo de navegación constante: alterna movimiento y reposo, silencio y rumor. El sonido ambiente, más que un fondo, funciona como vínculo entre las secuencias, sosteniendo una sensación de continuidad. De esta forma, el documental transforma el paso del tiempo en una experiencia corporal, una deriva que el espectador comparte.
En Amantes en el cielo, el agua guía la estructura visual y sonora del film. Cada encuadre, cada sonido y cada silencio componen una poética del tránsito. De la Serna no busca resolver una historia, sino acompañar un proceso humano. Su mirada se sostiene en una ética: observar sin intervenir, escuchar sin juzgar. Esa elección convierte al documental en un acto de respeto, donde el cine se vuelve espacio de encuentro y no de representación.