El panorama del cine en España es contradictorio: por un lado, el consumo de películas nunca había sido tan alto; por otro, ir al cine es una actividad cada vez más residual. Según la editorial de cultura de El País, en 2024 cada español compró de media apenas 1,5 entradas de cine, la cifra más baja desde la pandemia. Al mismo tiempo, el 15 % de la población ve cine todos los días en casa y el 60,7 % al menos una vez por semana.
El contraste se hace más contundente si miramos los datos de asistencia y recaudación. En España, la asistencia al cine cayó un 5,4% en 2024 y los ingresos por taquilla un 2,2 % respecto a 2023, según el Anuario de la SGAE. El Observatorio Audiovisual Europeo señala que la asistencia a los cines europeos en 2024 alcanzó unos 843 millones de entradas, lo que supone una caída del 1,7 % respecto al año anterior y un 24 % por debajo del promedio prepandemia.
Los exhibidores en España son conscientes del problema. Álvaro Postigo, director general de MK2 España y presidente de la Federación de Cines de España (FECE), afirma que la época de “vender 100 millones de entradas al año” se ha acabado y estima que el nuevo techo estará en torno a los 75-80 millones. Los cines independientes o los de versión original subtitulada son los que mejor se sostienen; el resto se encuentran en descenso.
Algunos datos regionales ilustran esta tendencia: en la provincia de Málaga, por ejemplo, los cines perdieron más de 100.000 espectadores en 2024 respecto al año anterior, aunque las producciones españolas mantuvieron su público.
¿Entonces, se mueren las salas de cine?
No exactamente. El cine interesa. Aun con menos visitas, solo el 17 % de la población declara que “nunca o casi nunca” va al cine, uno de los porcentajes más bajos registrados. Iniciativas de activación como el programa Cine Senior, que permite a mayores de 65 años acudir al cine por 2 euros los martes, registraron 1,6 millones de asistentes en 2024. Los incentivos funcionan y demuestran que los estímulos públicos pueden revertir parcialmente la caída.
La competencia digital y los hábitos cambiados también influyen. Las plataformas de streaming, el abaratamiento del entretenimiento en casa y los cambios entre los jóvenes (que prefieren ver películas en dispositivos personales) están transformando la lógica de la sala como espacio central. Un estudio europeo muestra que el 43 % de los jóvenes de entre 16 y 30 años acudiría al cine aunque la película estuviera disponible en streaming, pero el precio y la experiencia influyen cada vez más en la decisión.
Este escenario exige un cambio de paradigma para la exhibición: redefinir el valor de la sala como experiencia, no solo como un lugar donde ver una película, pero además se necesita reenfocar los calendarios de estreno para evitar la “sobredosis” de lanzamientos que dispersa al público y promover políticas públicas de apoyo para salas, como sucede en Francia o Alemania, donde los gobiernos han abierto líneas de crédito y subsidios para exhibidores.
Definitivamente las salas de cine no están muertas, pero sí están en una encrucijada. Si la gran pantalla quiere sobrevivir, debe adaptarse al nuevo ecosistema audiovisual y encontrar su razón de ser en un mundo donde ver una película ya no necesariamente significa acudir a una sala oscura. @mundiario