
jueves 23 de octubre de 2025
La nueva creación de Melisa Zulberti en el Centro de Experimentación del Teatro Colón se instala en el umbral entre la saturación y la fuga. Sobrecarga se presenta como una experiencia donde el cuerpo deviene campo de batalla simbólico, sometido a la presión de lo visible y lo medible, pero todavía capaz de fisurar el orden. La propuesta se divide en una primera parte audiovisual, que ocupa la mayor extensión, y una instancia performática final en la que el cuerpo irrumpe en la escena para completar el ciclo de exposición y resistencia. Ambas se articulan en un mismo flujo perceptivo que no busca ilustrar un discurso, sino encarnar una sensación de época: la del exceso, la velocidad y la exigencia constante de disponibilidad.
La puesta se desarrolla en una tensión continua entre presencia y mediación. La cámara —siempre cercana, móvil, temblorosa— no documenta, sino que respira junto al cuerpo. Su desplazamiento genera un efecto de proximidad que anula la distancia entre quien observa y quien es observado. No hay encuadre estable: lo que domina es el movimiento, la deriva visual que acompaña la pérdida de equilibrio. Esa elección formal instala una sensación de hiperestimulación, un pulso visual que remite al modo en que la mirada contemporánea consume y desecha imágenes.
En el montaje, los cortes abruptos y la alternancia entre luces intensas y zonas oscuras producen una coreografía del agotamiento. La música, más que acompañar, se infiltra en la imagen: sus pulsos eléctricos laten como un sistema nervioso que responde al estrés de lo digital. Zulberti desdibuja los límites entre el cuerpo físico y el cuerpo mediado, entre el ruido exterior y la voz interna que intenta recomponerse en medio del flujo.
El espacio del CETC potencia la propuesta. No hay frontalidad escénica: el espectador se ve implicado en una arquitectura sonora y lumínica que lo rodea. Lo que se pone en juego es la posibilidad de sostener una mirada cuando todo a su alrededor parece colapsar. La obra no narra, sino que expone un estado: la sobrecarga como experiencia cotidiana, la exposición como forma de existencia. Frente al orden que vigila y devora, el cuerpo busca grietas, interrupciones, silencios donde reinventarse.
En esa búsqueda, Sobrecarga no ofrece una salida ni un mensaje de redención. Su potencia reside en mostrar la tensión sin resolverla, en convertir la saturación en materia poética. Lo que queda, después del exceso, es un pulso que insiste: seguir, resistir, volver a respirar.