Karmele surge como un proyecto con muchas capas: drama histórico, romance, espías, familia, reivindicación política. Un abanico que, en principio, promete amplitud y profundidad. El film está dirigido por Asier Altuna y adapta la novela La hora de despertarnos juntos, de Kirmen Uribe, basada en hechos reales: la vida de Karmele Urresti y Txomin Letamendi, una pareja vasca marcada por la guerra civil, el exilio en Francia y Venezuela, y el regreso a un País Vasco bajo dictadura.
Como han señalado algunas críticas, el cine español estuvo durante décadas muy vinculado al tema de la guerra civil y sus consecuencias, una queja que muchos cineastas han intentado superar. Karmele aborda precisamente ese pasado —el exilio vasco, la represión de la lengua, la identidad cultural—, lo que le da un valor de entrada significativo. En ese sentido, la película acierta al elegir un ángulo poco frecuente en el cine mayoritario: la lucha cultural vasca.
Sin embargo, por la ambición de querer abarcar tantos registros —histórico, romántico, de espías, familiar, político—, el relato acaba siendo desbordado. Algunas críticas lo describen como un “guirigay” que se diluye en su propia multiplicidad de géneros.
La ambientación es otro de los valores de Karmele: el rodaje en Euskadi, la presentación visual cuidada, el retrato del exilio, la lucha lingüística y la música que busca transportar al espectador al tiempo vivido. En ese aspecto, la película cumple y tiene momentos verdaderamente potentes: la llegada al exilio, la escena del trompetista, el retorno al pueblo. Pero ese acierto queda diluido porque parece que el film no tiene claro qué historia principal quiere contar ni qué tono adoptar. Como se ha señalado, “la película disparó alto, aunque flojo”.
En lo interpretativo, destaca la actuación de Jone Laspiur como Karmele. Su presencia otorga credibilidad al retrato emocional del sufrimiento y la resistencia. En cambio, otros aspectos del reparto o del guion parecen menos pulidos, lo que contribuye a la sensación de irregularidad.
Karmele es una obra valiente, con una apuesta temática significativa y con momentos de gran belleza visual e interpretativa. Pero su ambición narrativa le juega en contra: al querer decir mucho, termina siendo menos coherente en su conjunto. Si bien vale la pena verla por su enfoque histórico y cultural, también exige paciencia y disposición a aceptar ciertos tropiezos. En definitiva, un triunfo parcial que deja con ganas de que el cine español aborde historias con una mayor claridad de intención y forma. @mundiario