
En Estados Unidos viven más de 57 millones de hispanohablantes, lo que convierte al país en el segundo con más hablantes de español del mundo, solo detrás de México. Sin embargo, el cine español no logra abrirse paso en el mercado más poderoso del planeta. Salvo contadas excepciones, como las películas de Pedro Almodóvar, la presencia de producciones españolas sigue siendo marginal. Desde 2015, apenas han recaudado 15 millones de dólares, un dato que refleja la distancia entre dos industrias que, aunque se tocan, rara vez se entienden.
Aunque el español se expande en las pantallas estadounidenses gracias al auge de series bilingües, producciones latinas y doblajes de alto nivel, el cine español no logra conectar con ese público. La mayoría de los hispanos en Estados Unidos consumen contenidos mexicanos, puertorriqueños o estadounidenses en inglés, lo que deja a las películas españolas en un limbo cultural: demasiado europeas para el público latino y demasiado de autor para la taquilla mainstream.
Pedro Almodóvar es, desde hace décadas, la gran excepción. Títulos como Dolor y gloria o Madres paralelas lograron distribución amplia y nominaciones al Óscar. Pero fuera de su figura, solo unas pocas películas españolas han tenido presencia significativa. Ni las comedias taquilleras ni los thrillers que triunfan en España consiguen el mismo eco en el extranjero. Según el portal Box Office Mojo, Dolor y gloria fue la película española más taquillera en Estados Unidos en la última década, con poco más de 5 millones de dólares recaudados.
La relación entre ambos países es, sobre todo, asimétrica. España se ha convertido en un destino atractivo para rodajes internacionales, gracias a los incentivos fiscales y al convenio bilateral de coproducción que facilita la colaboración. En los últimos años, más de 28 películas estadounidenses se han filmado total o parcialmente en territorio español, con España casi siempre como socio minoritario. Producciones como Dune: Part Two, The Crown o House of the Dragon han demostrado la calidad de las localizaciones y de los equipos técnicos españoles, pero ese brillo no se traduce en visibilidad para el cine local.
El problema central no es la producción, sino la distribución. Mientras que plataformas como Netflix o Amazon Prime Video han impulsado la visibilidad de títulos españoles como La casa de papel o El hoyo, el salto a las salas de cine sigue siendo complejo. La falta de acuerdos de distribución, los costos de promoción en un mercado saturado y la competencia con el cine latinoamericano y estadounidense hacen que muchas producciones ni siquiera lleguen a estrenarse.
Paradójicamente, el futuro del cine español en Estados Unidos podría venir por fuera del cine. Series como Élite, La casa de las flores o 30 monedas han conquistado a audiencias globales, y algunos de sus creadores ya trabajan con estudios norteamericanos. El auge del español como idioma global podría abrir nuevas oportunidades, especialmente si el sector se adapta a narrativas híbridas, a medio camino entre el autor europeo y la sensibilidad latino-estadounidense.
En el siglo XXI, el idioma ya no garantiza la conexión cultural. El reto del cine español no está en hablar el mismo idioma que el público estadounidense, sino en contar historias que crucen el océano sin perder su identidad. Y eso, en una era dominada por algoritmos y franquicias globales, es quizás el desafío más grande de todos. @mundiario