
viernes 17 de octubre de 2025
Con Culpa nuestra (2025), Domingo González cierra la adaptación cinematográfica de la saga Culpables, iniciada en 2023 con Culpa mía y continuada en 2024 con Culpa tuya. La historia vuelve a reunir a Noah (Nicole Wallace) y Nick (Gabriel Guevara) en un reencuentro improbable, enmarcado por una boda en Ibiza y un nuevo obstáculo sentimental. El film no busca reinventar el género, sino reafirmar su pertenencia a una fórmula que ya probó funcionar en plataformas de streaming: amor tóxico, conflicto moral y una estética de videoclip.
La trama se apoya en coincidencias forzadas, escenas inverosímiles y diálogos que no convencen ni a quienes los dicen. Nada resulta creíble y las actuaciones, incluso dentro de sus limitadas condiciones actorales, parecen retroceder con cada intento. Los personajes no evolucionan, solo repiten lo aprendido en las dos entregas previas: separarse, reencontrarse y volver a equivocarse. La aparición de un antagonista —clon físico del protagonista— apenas suma un rostro bonito. Todo está subordinado a un relato que confunde intensidad con gritos y deseo con poses.
González filma sin distancia ni sutileza, apostando por el exceso: música omnipresente, montaje frenético, elipsis que desorientan y una coherencia visual constantemente quebrada. En una escena, el protagonista aparece en apariencia desnudo; en el contraplano, lleva boxer. No es un recurso simbólico ni un juego narrativo, es un simple descuido técnico. Y lo peor es que escenas así se repiten sucesivamente, como si la película insistiera en recordarnos que la continuidad también decidió tomarse vacaciones. El cine, aquí, parece un accidente con presupuesto (o al menos es lo que parece).
El director convierte la película en un muestrario de lujo: autos, trajes de diseñador, playas, relojes, perfumes. Todo brilla, salvo la historia. Incluso la participación del cantante Abraham Mateo, incluida sin justificación, parece responder más al marketing que a la narrativa. El resultado es un producto que busca parecer cine, pero que se limita a encadenar videoclips con una estética aspiracional.
Culpa nuestra cierra la trilogía sin aportar nada. En lugar de explorar las consecuencias de sus relaciones tóxica, se limita a reciclar los gestos del amor prohibido. El universo creado por Mercedes Ron merecía una lectura cinematográfica que interrogara sus vínculos y discursos; en cambio, la adaptación se limita a reproducir una estética aspiracional que confunde el deseo con el consumo de lujo. Al final, la toxicidad no se cuestiona: se impone como forma posible de amor.