
Estrenada en 2016, “La autopsia de Jane Doe” (título original: The Autopsy of Jane Doe), dirigida por el noruego André Øvredal, fue aclamada por la crítica como un ejemplar ejercicio de terror de bajo presupuesto y alto concepto. La película, ambientada casi en su totalidad en una morgue claustrofóbica, se ganó al público gracias a una primera mitad brillante que combinaba un thriller forense metódico con un terror psicológico y sutil. Sin embargo, a pesar de su gran éxito en festivales (ganando un premio especial del jurado en Sitges) y su alta valoración general, es innegable que la cinta generó debate debido a la abrupta transformación de su tono narrativo, pasando de la tensión pura a un terror más arquetípico en su desenlace.
La trama se centra en Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsch), dos forenses que gestionan una morgue familiar. Una noche reciben un cadáver anónimo, la «Jane Doe» del título: una joven bellísima sin signos externos de violencia, pero con heridas internas inexplicables y órganos que reflejan torturas atroces.
El arte de la autopsia y la caída en el tópico
La gran fortaleza de «La autopsia de Jane Doe» reside en su primer acto. Øvredal utiliza la atmósfera opresiva y el realismo quirúrgico de la autopsia para construir el terror. Cada paso de la investigación desde la disección hasta el análisis del cerebro funciona como un giro argumental macabro. El director logra crear una sensación constante de pavor sin recurrir a sustos baratos. La tensión emana de los detalles: una raíz en un pulmón, un símbolo grabado en la piel, o el sonido de una campanilla. Esta primera hora es descrita por la crítica como «brutal» y «funcional», un homenaje al terror clásico de la vieja escuela.
No obstante, esta excelencia narrativa comienza a desmoronarse cuando la película debe ofrecer una explicación al misterio. Los forenses descubren que Jane Doe fue una mujer inocente torturada en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, cuyo cuerpo se convirtió, sin querer, en el conducto de una entidad vengativa y maligna: una bruja.
El desvío hacia el fantastique
Es en el segundo acto, cuando el terror psicológico muta a terror sobrenatural desatado, que la cinta pierde su pulso narrativo más distintivo. El enigma sutil se sustituye por fenómenos climáticos, alucinaciones y jumpscares que, aunque efectistas, son percibidos como clichés. Muchos críticos lamentaron que, tras establecer un escenario tan único y un ritmo tan medido, la película se desviara hacia una línea argumental más convencional. La solución final la revelación de la brujería se sintió apresurada y menos estimulante de lo que prometía el misterio inicial.
En esencia, «La autopsia de Jane Doe» funciona como una excelente pieza de artesanía en la gestión de la atmósfera y la interpretación de sus dos protagonistas, Cox y Hirsch. Pero al llegar al clímax, la historia toma lo que algunos llamaron «el desvío incorrecto», sacrificando su originalidad narrativa en favor de un final más explícito y menos sugerente. El resultado final es una película dividida: una primera hora magistral y una segunda que, aunque entretenida, se siente como una oportunidad perdida para haber elevado el thriller forense a un clásico de terror inolvidable.