
jueves 16 de octubre de 2025
Nadie nos vio partir (2025) adapta la novela autobiográfica de Tamara Trottner, quien reconstruye su infancia atravesada por el secuestro que su padre ejecutó contra su madre en los años sesenta. La miniserie, dirigida por Lucía Puenzo, junto a Samuel Kishi y Nicolás Puenzo, se aleja del thriller convencional para explorar el drama psicológico y estructural de una familia dominada por el poder y la manipulación.
Desde su primera secuencia —una madre que vuelve a casa y descubre que su esposo (Emiliano Zurita) y sus hijos han desaparecido—, la serie instala el tono del relato. No hay misterio policial ni pistas a seguir, sino un proceso de descomposición íntima donde el dolor y la búsqueda se vuelven las únicas formas de resistencia. Tessa Ía, en el papel de Valeria, sostiene el desconcierto y la pérdida de quien intenta recomponer lo irreparable, mientras los niños atraviesan el mundo bajo un discurso de mentiras cuidadosamente construido.
El guion de María Camila Arias aborda la violencia vicaria —el uso de los hijos como instrumento de daño— mucho antes de que el concepto ingresara en la agenda pública. Ese enfoque dialoga con las obsesiones temáticas de Lucía Puenzo, que a lo largo de su obra ha indagado en la infancia como territorio de vulnerabilidad, la identidad impuesta y las relaciones de poder que modelan los cuerpos y las emociones.
El dispositivo visual refuerza esa perspectiva. La cámara observa con distancia, sin sentimentalismo, y contrapone la luz de la niñez con la penumbra del mundo adulto. La puesta en escena reconstruye con rigor los años sesenta —la burguesía mexicana, sus códigos y silencios— para exponer un sistema que legitima la violencia a través de las apariencias.
El relato mantiene el punto de vista infantil como eje narrativo, lo que permite ingresar a la manipulación desde la ingenuidad, sin recurrir al juicio ni al dramatismo. Así, Nadie nos vio partir convierte una historia personal en un retrato universal de los vínculos atravesados por el control y la obediencia.
Más que una narración sobre un secuestro, la serie es una reflexión sobre la memoria, la maternidad y la autoridad. Su fuerza proviene de la capacidad de mirar el pasado sin negarlo, de transformar la experiencia del daño en una forma de comprensión.