
jueves 16 de octubre de 2025
En El polvo (2023), Nicolás Torchinsky convierte el registro doméstico del vaciado del departamento de su tía, July Regina Romero, en un retrato íntimo sobre el paso del tiempo y las huellas que deja una vida. La cámara recorre cada objeto como si fuera un testigo silencioso: los perfumes, las telas, los medicamentos, los retratos. Cada elemento funciona como una clave de acceso a la memoria, un modo de reconstruir una identidad atravesada por el arte, el exilio y la marginalidad.
Torchinsky se detiene en July, una mujer trans, artista y figura del under porteño, cuya existencia estuvo marcada por la resistencia cultural y la búsqueda de libertad. La narrativa articula los testimonios de amigos y familiares con imágenes de archivo y grabaciones caseras, que revelan los matices de una vida signada por la represión de los años previos a la Ley de Identidad de Género. La reconstrucción de su historia, en paralelo al vaciamiento del espacio que habitó, opera como un ritual de despedida y homenaje.
Rodada íntegramente en el pequeño departamento de July, la película utiliza la inmovilidad del espacio como contrapunto del flujo de las voces y los recuerdos. El fuera de campo -ocupado por las voces que evocan sin aparecer por completo- contrasta con la materialidad de los objetos, generando una tensión entre presencia y ausencia, entre lo que se conserva y lo que inevitablemente se pierde. En su estructura, El polvo se acerca más a un ensayo audiovisual que a un documental tradicional, explorando la frontera entre la memoria privada y la memoria colectiva.
Torchinsky entiende el cine como instrumento de memoria, y en esa afirmación sostiene el sentido último del proyecto: rescatar, a través de la imagen, lo que el tiempo y la muerte tienden a borrar. El polvo no busca cerrar una historia, sino mantenerla en suspensión, como ese polvo que persiste en el aire después de mover un objeto querido.