
miércoles 15 de octubre de 2025
En Entre reinas (2024), Male Fainsod vuelve a un recuerdo de su adolescencia en Catamarca: la elección de la Reina de la Primavera. Lo que en su momento pareció un gesto de justicia —que todas las compañeras pudieran participar sin competir— se convirtió, con el paso del tiempo, en una pregunta persistente: ¿por qué las mujeres siguen midiendo su valor a través de la belleza?
Esa inquietud íntima se expande en el documental, codirigido por Tomás Morelli, hasta transformarse en un relato coral. A partir de conversaciones con amigas y familiares, Fainsod teje una historia donde las coronas pesan tanto como las palabras no dichas. Las voces se cruzan, se interrumpen, se completan. Lo personal se vuelve político cuando los recuerdos comienzan a dialogar entre sí y revelan cómo el mandato de ser “la más linda” atravesó generaciones.
La película elige una puesta en escena mínima, sostenida en la cercanía. La cámara se mueve entre cocinas, patios y habitaciones familiares, registrando gestos y silencios con una naturalidad que disuelve la distancia entre quien filma y quien habla. En ese registro doméstico se construye una intimidad que no busca exhibir, sino comprender.
Entre reinas no juzga ni explica: escucha. No mira desde afuera la estructura patriarcal de los certámenes de belleza, sino que la interroga desde dentro, desde los afectos y las contradicciones que la sostienen. El montaje acompaña ese movimiento, alternando imágenes de archivo con retratos actuales. Los planos se detienen en rostros, miradas y cuerpos que, al reencontrarse con el pasado, se reapropian de él.
En su tramo final, la película deja que las protagonistas compartan dudas más que certezas. No hay conclusiones, sino un espacio de escucha colectiva, donde la cámara deja de observar para acompañar. En esa complicidad se cifra el gesto político del film: abrir un diálogo entre mujeres de distintas generaciones sobre los cuerpos, los deseos y las formas en que aprendimos a mirarnos.
Entre reinas convierte un recuerdo adolescente en una exploración sensible y crítica de la memoria, donde lo doméstico adquiere densidad histórica y el testimonio se vuelve acto de resistencia. El resultado es una película que no busca coronar a nadie, sino desarmar la lógica de la competencia, permitiendo que otras formas de belleza —más libres, más colectivas— encuentren lugar.