
Este parece ser el año en que el cine se atreve a enfrentar la actualidad, persistiendo en temas de paranoia, conspiraciones y jerarquías de poder que se fortalecen con la modernidad y sus herramientas digitales. Bugonia (2025), la nueva película de Yorgos Lanthimos, se sumerge en ese territorio donde las redes sociales ya no son un reflejo, sino la base misma de la realidad contemporánea.
Desde sus primeros trabajos, el director griego se comprometió con la incomodidad y con los lados más feroces del ser humano. En esta ocasión, sin embargo, su mirada se siente menos incisiva, atrapada en la superficie de su propio estilo.
La trama gira alrededor de Teddy (Jesse Plemons), un empleado obsesionado con teorías conspirativas que está convencido de que su jefa, una CEO interpretada por Emma Stone, es una extraterrestre infiltrada en la Tierra para dominar a la humanidad y exterminar a las abejas. Su fuente: Reddit, los algoritmos y las zonas más tóxicas del ecosistema digital.
Con la ayuda de su primo, Teddy elabora un plan para secuestrarla y exponerla, convencido de que su misión salvará al planeta. La premisa —basada en una película china— se alinea con la contemporaneidad: edificios corporativos, pueblos industriales abandonados y tecnologías de lujo que ilustran una América fragmentada y sin salvación.
Lanthimos da vueltas sobre su propio discurso: las manipulaciones corporativas, los errores del presente, los círculos viciosos del poder. El juego narrativo que propone sobre si el personaje de Stone es o no un alien resulta estimulante, aunque el guion no logra aprovechar su potencial.
Las actuaciones, aunque eficaces, sostienen personajes desdibujados. La fisicalidad domina sobre la palabra y el texto carece de profundidad. El espectador queda suspendido, sin saber por qué debería implicarse emocionalmente con sus motivaciones o acciones.
Bugonia reafirma una sospecha: Yorgos Lanthimos se ha vuelto rehén de su propio éxito. La provocación visual reemplaza al sentido. Su cine, antes cargado de tensión moral y ambigüedad, parece ahora domesticado por la industria que lo consagró.
Hay escenas —como la tortura eléctrica de Teddy a la CEO— donde la tensión promete alcanzar un clímax, pero la dirección no logra recuperar el filo del Lanthimos de El sacrificio del ciervo sagrado o La langosta. Su imaginario visual deslumbra, pero se vacía de significado.
El final, acompañado por una música poderosa y actuaciones contenidas, rescata la experiencia. Sin embargo, la película se percibe como una provocación esperada, un gesto autoconsciente que ya no sorprende.
El cineasta que antes desafiaba al espectador con ideas incómodas ahora entrega un relato predecible, atrapado en la estética del éxito. En su intento por exponer el corporativismo, Bugonia termina siendo víctima de su propia maquinaria.