
martes 07 de octubre de 2025
Yerai Cortés es una figura emergente del flamenco contemporáneo. Su virtuosismo con la guitarra, definido por una técnica pulida y una sensibilidad particular, lo ha posicionado como uno de los nombres a seguir dentro de la escena musical española. Sin embargo, más allá de su talento, lo que articula su historia es un trasfondo familiar atravesado por la pérdida y el silencio.
Ese es el punto de partida de La guitarra flamenca de Yerai Cortés (2024), la película dirigida por Antón Álvarez Alfaro, más conocido como C. Tangana, quien debuta como realizador tomando como eje narrativo la vida de su amigo y colaborador. El resultado es un retrato íntimo que, lejos de limitarse a un ejercicio de admiración, se adentra en los vínculos familiares, las ausencias y los secretos que rodean la figura de Yerai.
La muerte de su hermana funciona como núcleo emocional del relato, pero el film no se detiene únicamente en el duelo. El foco se desplaza hacia los interrogantes no resueltos sobre la identidad de la joven fallecida, las contradicciones en el seno familiar y las maneras en que el dolor se transforma –o no– en expresión artística. La presencia del padre y la madre, figuras fuertes y ligadas a la tradición gitana, introduce un componente cultural que atraviesa todo el film, desde la forma de narrar hasta el modo de habitar el espacio doméstico.
Con una puesta en escena austera y una cámara que acompaña sin invadir, C. Tangana construye una obra de proximidad afectiva, donde la música, más que un decorado, funciona como lenguaje emocional. Su mirada, lejos de exotizar el universo gitano o romantizar la tragedia, se orienta hacia la exploración de lo humano en su estado más vulnerable.
En este gesto, el músico parece ensayar una nueva voz: la del cineasta. Y aunque se trata de un primer paso, la película revela una sensibilidad narrativa que excede lo testimonial y abre la puerta a un terreno cinematográfico que podría seguir explorando.