
Cuando Crepúsculo (Twilight) llegó a la pantalla grande en 2008, el consenso cinematográfico se quebró. Para sus millones de fans, la película, dirigida por Catherine Hardwicke y producida por Summit Entertainment, era la traducción perfecta de la fantasía literaria de Stephenie Meyer: un romance atormentado y épico. Para la mayoría de los críticos, sin embargo, fue una película mal lograda, con diálogos torpes y una mitología vampírica que rozaba el ridículo.
La película logró recaudar más de $407 millones de dólares a nivel mundial, demostrando que su atractivo era inmune a las reseñas negativas. El gran acierto de Crepúsculo fue validar y amplificar el drama emocional de la adolescencia. Kristen Stewart como Bella Swan no era la heroína tradicional; era una joven ansiosa, inadaptada e incómoda en su propia piel, un arquetipo con el que la audiencia juvenil se identificó de inmediato. El amor obsesivo y «prohibido» con Edward Cullen (Robert Pattinson) canalizó todas las pasiones desmedidas de esa edad.
Hardwicke supo rodear esta pasión con una atmósfera visual distintiva. El icónico filtro azul grisáceo, que bañaba el pueblo de Forks, creó un ambiente melancólico que hacía sentir el aislamiento de Bella. La película fue impecable al construir la tensión sexual y el anhelo entre los protagonistas, gracias a una química innegable que era el verdadero motor de la narrativa. Aquí, el romance fue honesto, vulnerable y, por lo tanto, adictivo para su público objetivo.
Los Fallos Cinematográficos Ineludibles
Si el romance funcionó, casi todo lo demás se vino abajo, provocando el rechazo de la crítica especializada. La película arrastró los diálogos más melodramáticos y a veces absurdos de la novela. Frases como el famoso «el león se enamoró de la oveja» se sintieron forzadas en pantalla, y la necesidad de Bella de verbalizar cada pensamiento ralentizó el ritmo.
Fuera de la tensión entre los protagonistas, la dirección actoral fue desigual. Los personajes de apoyo (los Cullen) a menudo parecían planos o excesivamente rígidos, y la dirección de Hardwicke no pudo unificar el tono, dejando la película a medio camino entre el terror, el thriller y el romance. El concepto de los vampiros que «brillan como la purpurina» bajo el sol fue el blanco perfecto para las burlas. Este cambio radical de la mitología clásica le costó credibilidad a la cinta y la relegó, para muchos, a ser una fantasía teen sin la seriedad del terror.
En última instancia, Crepúsculo nunca fue una obra maestra de la cinematografía, pero fue un documento cultural ineludible. Su impacto en la cultura pop, en la carrera de sus protagonistas y en el género Young Adult es mucho más relevante que cualquier crítica técnica. La película logró lo más difícil: crear un mundo al que millones querían pertenecer y dos personajes por los que la gente sentía pasión, aunque la película en sí fuera irregular. Hoy, Crepúsculo se reivindica no por su perfección, sino por la sinceridad de su melodrama y por ser el guilty pleasure que definió a toda una generación.