
La película Siempre el mismo día, estrenada en 2011 y protagonizada por Anne Hathaway y Jim Sturgess, no fue solo una adaptación de la exitosa novela de David Nicholls. Fue, para muchos, la última gran película que se atrevió a mostrar la crueldad del destino y la complejidad de las relaciones humanas sin edulcorar. Trece años después de su estreno, y a pesar de una reciente adaptación en formato de serie, el filme de la directora Lone Scherfig mantiene un estatus inigualable en el género.
El verdadero poder de Siempre el mismo día radica en su estructura narrativa. La película nos invita a ser testigos de la vida de Emma Morley (Hathaway) y Dexter Mayhew (Sturgess) a través de un único día, el 15 de julio, durante casi veinte años. Este recurso, que podría parecer artificioso, resulta ser un ingenioso espejo de la vida misma, mostrando cómo el tiempo y la distancia cambian a las personas, a menudo separándolas en el momento exacto en que necesitan estar juntas. Ninguna otra película posterior ha logrado utilizar este dispositivo con tanta eficacia para explorar el peso de las decisiones no tomadas y el valor de la amistad verdadera.
El éxito que trascendió la taquilla
Aunque Siempre el mismo día tuvo un buen desempeño en la taquilla internacional, su verdadero éxito se mide en su impacto emocional y su longevidad cultural. El filme se niega a caer en la simple fórmula del pastel que domina el género. Emma y Dexter no son personajes perfectos. Emma es insegura, ambiciosa y a menudo siente que está a la sombra de los sueños que no cumplió. Dexter es un joven rico, egocéntrico y superficial que pasa por etapas de autodestrucción y vanidad.
La película aborda la vida con una honestidad demoledora. Muestra que el éxito se esfuma, que la madurez es dolorosa y que las amistades se guardan en el tiempo. La química de Hathaway y Sturgess es la chispa que hace que el espectador persista a través de sus errores, pasando de detestar a Dexter a amarlo. Ellos no solo representan el amor romántico, sino la inmensa dificultad de sincronizar las vidas con la persona correcta. Es precisamente la imperfección de ambos personajes, y las adversidades genuinas que enfrentan desde la enfermedad y el alcoholismo hasta la insatisfacción profesional, lo que hace que su eventual unión se sienta más real y ganada.
El final de la película, que no desvelaremos, es lo que la eleva a la categoría de inolvidable. Es un final macabro y exquisito, en palabras de varios críticos, que refuerza la idea central de la historia: la fragilidad del tiempo y la necesidad de valorar el presente. Mientras que muchas películas románticas contemporáneas buscan la felicidad fácil o el desenlace complaciente, Siempre el mismo día utiliza el drama y la crueldad para dejar una marca emocional profunda que el público, más de una década después, aún no ha podido olvidar ni ver superada por otra producción.