
El Festival Audiovisual Bariloche (FAB) transita el quinto día de su 13ª edición con una novedad que lo transforma: la Competencia Latinoamericana de Cortometrajes y de Largometrajes. Un gesto que parece simple -abrir la pantalla a otros territorios- pero que en realidad condensa un movimiento mucho más amplio: la Patagonia dialogando con toda América Latina, tendiendo puentes donde antes había bordes, proyectando películas que nacen en los ríos paraguayos, en las minas de Brasil, en las montañas de Chile o en las calles de México, para encontrarse aquí, en el sur, con el rumor de los lagos y el viento frío.
Es un gesto político, cultural y afectivo: pensar la región desde Bariloche y pensar a Bariloche como parte de la región. Como si el FAB le dijera a Latinoamérica: “acá estamos, somos parte de esta misma conversación”.
Uno de los nombres que más resuenan este año es el del director paraguayo Hugo Giménez, quien trae al festival su largometraje Matar a un muerto (2019). La proyección no es solo un regreso a la pantalla argentina: es también una oportunidad para mirar de frente el pasado compartido. Giménez lo explica así: “Me parece muy interesante en el contexto de este presente álgido que, después de cinco o seis años, la película pueda volver a conectarse con el público argentino. Compartimos cuestiones comunes en relación a la dictadura y el Operativo Cóndor”.
El director no llega solo con una película ya consagrada: también presenta su nuevo proyecto, Azogue, una road movie de ficción en co-dirección con el argentino Pablo Almirón. Un film en gestación que une simbólicamente Paraguay y Argentina, no solo por la trama, sino por el hecho mismo de su producción compartida. “Llegó el momento en que se pudo concebir una película juntos”, dice Giménez, y en esa frase late el sentido mismo del FAB: crear encuentros, propiciar cruces.
Paraguay también suma presencia en la competencia latinoamericana de cortometrajes con Gallina, de Ana Arza, y en la sección Festival Invitado con Lo profundo del río, de Gaspar Insfrán, un relato íntimo sobre crisis existenciales y presagios de muerte. Películas pequeñas y potentes que hacen de la pantalla un espejo donde reconocernos en lo común y en lo diverso.
Si Paraguay trae memoria y nuevos caminos, Brasil llega como país invitado y despliega la fuerza de su cine contemporáneo. Dos directoras marcan el pulso: Kátia Klock y Clara Antunes, con Luci y la tierra y El cuidado invisible, estarán presentes en Bariloche para conversar sobre el lugar de las mujeres en el cine brasileño, y sobre lo que significa filmar en medio de crisis políticas y económicas.
Pero Brasil no se queda en los cortos: en la Competencia Latinoamericana de Largometrajes se presenta Suçuarana, de Clarissa Campolina y Sérgio Borges. Una película sobre el desarraigo y la búsqueda de comunidad en una región minera. Una obra que condensa la capacidad brasileña de narrar desde lo local para hablar de lo universal.
El Mercado FAB y los estudiantes del país
El festival no se limita a las pantallas: también abre un espacio de negociación y futuro con la segunda edición del Mercado FAB. Lo llaman “rondas de vinculación” más que de negocios, y esa definición es una declaración de principios: la idea no es solo vender proyectos, sino sentarse a conversar sobre cómo llevarlos adelante.
En un ecosistema donde las películas muchas veces mueren en la carpeta de un productor o en el disco rígido de un director, estos encuentros son la posibilidad de darles aire. Y en ese sentido, el Mercado FAB es un laboratorio donde se cocina la memoria audiovisual que vendrá.
La conversación no estaría completa sin los jóvenes. En paralelo, el 7º Encuentro Nacional de Estudiantes Universitarios de Cine convierte a Bariloche en una ciudad tomada por miradas nuevas. Estudiantes de toda Argentina llegan para compartir trabajos, asistir a talleres, participar de mesas y, sobre todo, para conocerse entre sí.
Ese cruce es fundamental: un estudiante que filma en Jujuy encuentra a otro que edita en Buenos Aires y a otro que escribe en la Patagonia. De esos diálogos puede surgir una película, una amistad o una forma distinta de entender el cine. Y ahí, otra vez, la lógica del FAB: tender puentes, generar conversación.
Una Patagonia abierta al continente
El FAB 2025 se escribe así: con proyecciones que abren la pantalla a Latinoamérica, con diálogos que cruzan fronteras, con memorias que se hacen presentes y con futuros que se imaginan en cada taller y en cada ronda de vinculación.
Bariloche se vuelve un centro de gravedad cultural en el que los ríos de Paraguay, las minas de Brasil, las montañas de Chile y las ciudades de Argentina confluyen en un mismo lago. Un territorio donde el cine deja de ser industria para convertirse en conversación, memoria y futuro.
Quizás, de eso se trata este festival: de demostrar que en un mundo donde se levantan muros, el cine sigue siendo capaz de abrir puertas.