
jueves 02 de octubre de 2025
Joseph (Fabrice Luchini), un artesano y restaurador francés abocado a su trabajo, recibe una trágica noticia: su hijo ha muerto junto a su pareja en un accidente. Ambos estaban esperando un bebé a través de una madre sustituta belga. Este bebé es, de cierto modo, lo único que queda de Emmanuel en la tierra, y Joseph parece ser el único que está preocupado por su futuro. Emprenderá entonces un viaje en busca de Rita, quien lleva a su nieto en el vientre.
En La petite (2023), Guillaume Nicloux reflexiona sobre el duelo, la paternidad, la identidad y la voluntad de torcer el futuro para enmendar errores del pasado. Paralelamente plantea sustanciosas interrogantes en torno a ciertas problemáticas contemporáneas vinculadas a la subrogación de vientre (incluyendo la necesidad que lleva a ambas partes a concretar un acuerdo de este tipo) y a la ausencia de marcos legales para la concreción de esta actividad, así como a los vínculos filiales y parentales que pueden configurarse a partir de este tipo de gestación.
Luchini entrega una interpretación esmerada, y, sin embargo, su rol no resulta creíble. La estrella francesa, cuya trayectoria incluye varias participaciones en películas de Éric Rohmer y François Ozon, debe construir un personaje absolutamente protagónico con muy pocas claves más que el apremio de la contingencia: a pesar de que la película introduce sus manos artesanas antes que su rostro, de su pasado y de su profesión (es decir, de su identidad) no sabemos más que al pasar. Probablemente por ello, por más que comprendamos sus motivos, no terminamos de empatizar con el personaje. Tampoco contribuye a esa tarea la aparición del personaje de Rita (Mara Taquin), quien es en sí misma una niña (de hecho en algunas ocasiones al mencionarla Joseph la llama “la petite”) atravesada por innumerables circunstancias poco favorables. Nos queda una sensación de que durante toda la película los personajes no están siendo más que presentados.
El guión de La petite, basado en la novela “La Cuna” de Fanny Chesnel, construye un espectador que precisa que le expliquen una y otra vez el contexto, el conflicto dramático, los móviles de los personajes y los conflictos intrapersonales que cada uno de ellos atraviesa. El objetivo es conmover a la audiencia, y, sin embargo, la sobre explicación y la decisión de abordar una gran cantidad de problemáticas no deja espacio a los detalles en los cuales reside lo poético. Uno de estos casos es la decisión de Joseph de pagar un precio inflado en una subasta por una cuna en la que -quizá- durmió uno de los hijos de Gustav Klimt, arguyendo que la belleza es algo fundamental en los primeros momentos de la vida. Este gesto, de gran potencial narrativo y de gran potencial de puesta en escena, pasa casi desapercibido.