
▲ Fotograma de la película Una batalla tras otra
“¡V
iva la revolución!” Relato libertario sobre la búsqueda de justicia social con resonancias de fantasía distópica y cotidiana. Ácida sátira política que utiliza el humor negro y una violencia explosiva para plantear el horror fascista de la era Trump. Buddy movie o película de pareja-dispareja (ya sea el padre y la hija o éste mismo como ex revolucionario adicto y paranoico y el sensei inamovible que rescata migrantes mexicanos). Una batalla tras otra ( One Battle After Another, Estados Unidos, 2025) es todo ello y más; la nueva e inclasificable cinta del atípico cineasta Paul Thomas Anderson que adapta con libertad absoluta la novela de culto Vineland (1990) del también indefinible Thomas Pynchon.
Ya en 2014 Anderson había recurrido a Pynchon en la versión fílmica de Vicio propio, sarcástico thriller ambientado en los años 70, cuya delirante y deliberadamente confusa trama parecía surgir de la mente de un detective privado adicto a las drogas. Vineland por su parte, arranca en 1984 en el segundo periodo de la era de Ronald Reagan para contar la historia de un jipi drogadicto, su hija adolescente, su mujer y madre de la niña que traiciona un movimiento armado que data de los años 60 y la obsesión de un poderoso militar por ella.
Una batalla tras otra retoma tan sólo esa trama esencial y la traslada sin mencionarlo, a los periodos de Obama y Trump de hoy día, con un siniestro grupo supremacista blanco de nombre aún más sombrío (El club de los aventureros de la Navidad) y su relación con el sicópata coronel Steven Lockjaw (un Sean Penn insuperable como su manera de caminar): “Para lograr la paz mundial hay que controlar la migración”; ello, le otorga una lectura política contemporánea en la que cabe el control del Estado, la xenofobia, el racismo, la homofobia, el feminismo, la migración y el libre uso de las drogas y las armas como metáfora estadunidense y sus consecuencias.
El filme abre con ecos de fascinantes docudramas de ambiente revolucionario años 60-70 de un Jean Luc Godard ( La Chinoise) o de un Uli Edel ( Brigadas rojas), sin faltar la cita a La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Por ello, no es casual el nombre del grupo armado revolucionario Los Franceses 75 que doblega a un destacamento militar que custodia migrantes. Ahí: Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) somete a Lockjaw y lo obliga a tener una erección; de ahí surge la obsesión sexual de él por ella, que se convierte en amante y mujer del entusiasta líder Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio genial) y al mismo tiempo le lleva a ella a concertar un encuentro sexual con Lockjaw que coincide con el embarazo de ésta, el nacimiento de una niña y el fin del movimiento, con una de las más excitantes secuencias de persecución de autos que no se veía desde Ronin (John Frankenheimer, 1998) filmada desde el interior de los vehículos y a través de una grandiosa escena cenital con drones.
Sin descuidar sus fascinantes relatos corales ( Boogie Nights, Magnolia, Petróleo sangriento), Anderson se encamina hacia otra dirección con una libertad y un vigor que sorprende. Por una parte, enlaza la vida de varios personajes en un lapso de 16 años, tan inquietantes y simpáticos como ese profesor de karate (Benicio del Toro) que salva a mexicanos, la hija adolescente que ha aprendido a vivir con un padre amoroso, distraído y adicto (Chasi Infinity), la madre que se convierte en testigo protegido y abandona a la hija, el propio DiCaprio con instantes delirantes como la escena del código telefónico que no recuerda, el racista jefe militar que interroga adolescentes o los líderes de los Aventureros de la Navidad que infunden verdadero terror y cuyo odio racial alcanza incluso al propio Lockjaw por su “desliz”.
No sólo eso, Una batalla tras otra, mantiene el ritmo, suspenso y atención a lo largo de 162 minutos creando una suerte de montaña rusa de humor, tensión y emociones, metaforizada en el extraordinario clímax que sucede en esa sinuosa carretera de ascensos y descensos que doblegan al espectador, que se apoya a su vez en una gran banda sonora de Johnny Greenwood que consigue aumentar la angustia con sus notas discordantes, guitarra, piano o la propia pieza Perfidia del Chamaco Domínguez. Se trata de un relato social, político pero sobre todo, un increíble drama familiar de amor filial planteado como un thriller de suspenso y acción que jamás termina.
Una batalla tras otra se exhibe en las sedes de Cineteca, Cinépolis y Cinemex.