
domingo 28 de septiembre de 2025
La trama sigue a Laura (Fabiana Cantilo), que tras cuatro años en un hospital psiquiátrico y con fobia al fuego recibe el alta con la esperanza de reencontrarse con su hija Sofía. Una orden judicial le impide el contacto directo y la empuja a una cruzada personal atravesada por recuerdos difusos y un pasado que nunca termina de revelarse.
Lágrimas de fuego (2024) se presenta como una comedia dramática con conciencia social, pero lo que aparece en pantalla se acerca más a un delirio casero filmado entre amigos. En medio del desconcierto desfilan Inés Estévez, Pipo Cipolatti, Julia Zenko, Viviana Saccone, Magui Bravi, Sergio Boris, Dan Breitman, Andrea Rincón y Claudia Puyó, figuras que parecen convocadas más para sumar anécdotas que para aportar a un relato ya de por sí difuso.
La historia se divide entre tres frentes —Laura, su ex esposo (Gastón Pauls) y la hija— que avanzan como capítulos de series distintas ensamblados al azar. La estructura da la impresión de un relato episódico sin proponérselo, y el choque forzado en el tramo final apenas maquilla la dispersión. Los diálogos funcionan como apuntes de ocasión y las actuaciones, contenidas, apenas logran sostener una narración que se desarma con rapidez. Lo que debería ser un relato coral termina convertido en una acumulación de escenas yuxtapuestas, incapaces de hallar un tono común o una razón convincente para estar unidas.
La puesta en escena refuerza esa inestabilidad: nunca se sabe si aparecerá un cameo sin sentido, un personaje que se esfuma o una secuencia colocada al azar. Las canciones de Cantilo intentan cubrir los huecos, pero terminan subrayando la improvisación de una película que se derrumba a cada paso.
Lágrimas de fuego naufraga en sus propias intenciones y se transforma en un espectáculo privado disfrazado de cine. Lo más incendiario no es el fuego que aterra a su protagonista, sino la certeza de que el público fue invitado a una función que nunca debió salir del ámbito íntimo.