
domingo 28 de septiembre de 2025
La llovizna insistente del sábado en Buenos Aires parecía marcar el compás de la espera. Un cielo húmedo y encapotado sirvió de antesala al regreso de Enrique Bunbury, que a las nueve en punto irrumpió en el escenario del Estadio de Ferrocarril Oeste para abrir las puertas de “El club de los imposibles”. Desde ese instante, el tiempo se suspendió y el estadio se convirtió en refugio de una comunión que ya es ritual entre el músico español y su público argentino.
A sus 58 años, Bunbury sigue moviéndose con la soltura de quien se sabe dueño del escenario. El atuendo rojo —pantalón acampanado, saco, chaleco y sombrero negro— fue perdiendo piezas a medida que la temperatura emocional del show subía, como si la energía compartida con los presentes reemplazara cualquier abrigo. El gesto, simple pero simbólico, reforzaba la idea de que la entrega es total o no es.
La puesta, roja intensa y enmarcada en telones de aire cabaretero, funcionó como contrapunto visual de un repertorio amplio que viajó desde Pequeño hasta Cuentas pendientes. Viejas piezas como “De mayor”, “El extranjero”, «Que tengas suertecita”, «Sí» o “Desmejorado” convivieron con composiciones más recientes como «Serpiente», “Las chingadas ganas de llorar” y “Alaska”, sosteniendo un equilibrio que el público agradeció con ovaciones. Y cuando sonó “Apuesta por el Rock And Roll”, el inevitable recuerdo de Héroes del Silencio agitó la memoria colectiva de varias generaciones que encontraron en esa canción un puente con el pasado.
El pulso del show también descansó en la banda que lo acompaña: una maquinaria precisa, ajustada en cada acorde, capaz de darle densidad a los climas y de sostener la potencia de un espectáculo pensado como viaje, no como mera exhibición. Cada instrumentista tuvo su momento de brillo, pero lo esencial fue la sensación de engranaje perfecto.
La humedad porteña no impidió que la complicidad se mantuviera viva. Los coros espontáneos, los aplausos a destiempo y el vaivén de cuerpos en la platea reforzaron la idea de que el Huracán ambulante tour 2025 no solo es un recorrido musical, sino también un espacio de resistencia, una manera de habitar la música como refugio.
El cierre llegó con “Y al final”, entre ovaciones y luces que se apagaban lentamente. La sensación que quedó flotando en Ferro fue clara: Bunbury no necesita mirar hacia atrás. Su presente es lo que lo sostiene en pie, y su música sigue siendo ese territorio donde todavía todo es posible.