
jueves 25 de septiembre de 2025
Ya no quedan junglas (2025) se mueve con la pesadez de un felino herido. La primera película como realizador de Gabriel Beristáin —experimentado director de fotografía mexicano con larga trayectoria en Hollywood— funciona como un ejercicio de estilo que bebe del cine negro clásico y traslada sus códigos a la atmósfera gris y húmeda de la Parte Vieja de San Sebastián. El escenario donostiarra, preparado con precisión para desplegar una trama de corrupción, venganza y moral ambigua, ofrece el ecosistema ideal para un antihéroe atormentado. Sin embargo, la narración oscila entre sus ambiciones más altas y la atracción gravitacional de los clichés.
Ron Perlman interpreta a Theo, un exsoldado estadounidense anclado en el duelo, cuya única conexión con el mundo es Olga, una prostituta. El asesinato de ella lo arrastra a una espiral de venganza que impulsa la historia. Perlman, con su presencia física reconocible y un rostro curtido, compone un personaje contenido, introspectivo, pero capaz de estallar en destellos de violencia. Es en esa dualidad, y en su vínculo con Karra Elejalde, donde la película encuentra su pulso más auténtico.
Beristáin, como era previsible, ofrece un dominio absoluto de la imagen: San Sebastián se vuelve crepuscular y amenazante bajo una paleta de grises y azules fríos que construyen una pesadilla urbana efectiva. Lo visual, sin embargo, no encuentra correlato en el guion. Tres hilos narrativos —la venganza de Theo, la investigación de la inspectora Iborra (Megan Montaner) y las operaciones de un sicario interpretado por Hovik Keuchkerian— colisionan sin armonía. Personajes arquetípicos, narcotraficantes caricaturescos y villanos ridículos empujan el relato hacia un thriller televisivo convencional, desaprovechando la singularidad del contexto vasco.
El mayor problema radica en la indefinición del tono. La película transita entre escenas de intensidad noir, con humor oscuro y violencia, y momentos inverosímiles que quiebran el clima construido por la fotografía. El elenco —que suma nombres como Damián Alcázar e Itziar Ituño— no logra escapar de la superficialidad de sus roles.
Pese a estas flaquezas, el desenlace abre un horizonte más atractivo que su punto de partida: Theo queda en una encrucijada que sugiere un universo narrativo aún por explorar. Ya no quedan junglas deja así la sensación de ser menos un film acabado que una promesa. Beristáin demuestra potencial como director, siempre que logre apartarse de la jungla de lugares comunes para adentrarse en territorios más personales.