
La pareja conformada por Alex (Mae Martin), agente de policía, y su esposa embarazada Laura Dempsey (Sarah Gadon), se mudan desde Detroit, ciudad que no les ofrece ya ninguna posibilidad de superación, a la pequeña población de Tall Pines, en Vermont. Al poco de instalarse en una casa soñada, durante el primer patrullaje de Alex, un chico sale del bosque y se atraviesa delante del vehículo, en la carretera. Se trata de Riley, que ha escapado de la institución para adolescentes problemáticos de Tall Pines, a la cual llaman eufemísticamente “el hogar”, que dirige Evelyn Wade (Toni Collette), su aparentemente amable directora y, todavía mejor vecina. Pero Riley preferiría morir, antes que volver a dicha institución, lo que desconcierta a Alex, que poco a poco va descubriendo la rareza de los habitantes del pueblo, a los cuales su propia esposa pertenece, cuestión que lo obliga a investigar por su cuenta.
En paralelo, conocemos a las adolescentes canadienses Abbie (Sidney Topliffe) y Leila (Alyvia Alyn Lind), amigas tan inseparables como despreocupadas, que prefieren escuchar las canciones de Pink Floyd, esnifar cocaína y consumir hongos alucinógenos, que estudiar. Cuando ambas están a punto de reprobar el grado, los padres de Abbie la mandan secuestrar en la noche, para separarla de su amiga, a quien acusan de mala compañía, e ingresarla en “el hogar”, a donde la seguirá Leila, que se hace internar, a pesar de poner a su madre en un predicamento económico al no poder pagar su estancia. Pero, si algo caracteriza a Tall Pines -donde, incluso, se vende leche marca “Good Neighbor”-, es su parecido con Lumberton, ese pueblo idílico con trasfondo podrido en el cual David Lynch, situó su drama psicológico Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986), todo apariencias, con un corazón de hierro. Y que apesta.
Incontrolables (aka. Tall Pines; Wayward; Euros Lyn/John Fawcett/Renuka Jeyapalan/Mae Martin, 2025), va construyendo su suspenso poco a poco, y en esto se parece a Observados (The Watcher, 2022), la serie creada por Ryan Murphy, al ocultar datos esenciales que, de repente, saltan sobre el espectador. Sus personajes forman una imaginería propia, un zoológico humano como el de la La mansión de la locura (1973), esa cinta de culto de Juan López Moctezuma. Por ejemplo, la perversa Stacey (un gran papel por parte de Isolde Ardies), “Avena” Beth (Geena Meszaros), que se encarga del “mercado negro” dentro de la academia, o la chica “cutter” Ello (Elizabeth Adams), con quienes tendrán que vérselas, Abbie y Leila. La investigación de Alex lo lleva a descubrir que dieciocho niños se han fugado -y desaparecido posteriormente-, de la academia, por lo que establece una alianza secreta con las chicas.
Mae Martin, creador de la serie, brilla en el papel de Alex, personaje queer (como el actor mismo), en una serie con abundancia de alusiones queer (Leila, por ejemplo, es un personaje bisexual), y homenajes a películas como Pánico antes del amanecer (Just Before Dawn, Jeff Lieberman, 1981), en especial al tema musical de Brad Fiedel (ese silbido aterrador que cruzaba los bosques) que, en Incontrolables, corre a cargo de la compositora Marie-Hélène L. Delorme, y suena por los siniestros pasillos de la academia, pero también, El club de los cinco (The Breackfast Club, John Hughes, 1985) o Pink Floyd: The Wall (Alan Parker, 1982). Una escena conmovedora permite comprender que, los internos, a pesar de la programación a la que son sometidos, siguen siendo niños, cuando momentáneamente toman el control y hacen una fiesta, bailando al ritmo de la música. Su rebelión es arquetípica en el cine, y se remonta a Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933), la iluminada obra maestra de Jean Vigo.
Incontrolables incomoda porque revela el horror que se oculta detrás de ciertas instituciones que disfrazan la protección a las personas para ejercer control y abuso. Un thriller convertido en serie que atrapa tanto por su suspenso como por su punzante crítica social.