
martes 23 de septiembre de 2025
Una batalla tras otra (One Battle After Another, 2025) es, simplemente, otra jugada maestra de Paul Thomas Anderson, quien construye una película en múltiples capas de profundidad, que van desde lo más genérico y ambicioso hasta lo más particular e íntimo.
Bob (Leonardo DiCaprio) es un ex revolucionario paranoico que lleva una vida aislada junto a su hija Willa (Chase Infiniti). Pero la frágil calma se rompe cuando su antiguo enemigo, Steven Lockjaw (Sean Penn), regresa para ajustar cuentas.
Durante sus dos horas y cuarenta minutos de duración —cada minuto justificado—, el director de Magnolia (1999) y Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007) despliega con maestría todo el lenguaje cinematográfico. Cada recurso tiene un propósito dentro del relato, lo que permite que la transición entre géneros se sienta completamente natural: escenas de acción, drama, comedia y hasta western conviven con momentos alocados, grotescos y otros profundamente introspectivos y familiares. Todo esto mantiene al espectador en una constante estimulación sin que la película pierda ritmo en ningún momento.
La música de Jonny Greenwood (guitarrista y compositor de Radiohead) convierte la banda sonora incidental en un personaje más: acompaña cada situación con el tono preciso, ajustándose con exactitud a la narrativa y dotando a cada plano de personalidad y clima. Ya desde lo visual, la película presenta una estética inmejorable, con una textura fílmica que se siente viva. Los movimientos de cámara oscilan con soltura entre planos generales y primeros planos que profundizan y acompañan con coherencia la historia que se está contando.
Las actuaciones de este elenco estelar —Leonardo DiCaprio como Bob Ferguson, Sean Penn como Steven J. Lockjaw, Benicio del Toro como Sensei Sergio, Regina Hall como Deandra, Teyana Taylor como Perfidia y Chase Infiniti como Willa Ferguson— son absolutamente prodigiosas. Cada intérprete brilla en su momento, entregándose por completo a personajes que, si bien cuentan con desarrollo, no necesariamente atraviesan un aprendizaje tradicional.
Entre las múltiples capas de la película se abordan temas como la política, los derechos humanos, la inmigración y la supremacía blanca, reflejando una realidad global que ya no necesita de un futuro postapocalíptico para retratar un presente grotesco. También se exploran tensiones internas —colectivas y personales— de una complejidad irracional: la excitación generada por la violencia, las verdaderas estructuras de poder a las que responden los personajes (y los poderes reales), y la importancia de los afectos y las distintas formas del amor. Son estos detalles los que convierten a una historia en una gran historia.
Por todo esto, lo que queda claro es que tanto cinéfilos como espectadores ocasionales tienen mucho que agradecerle a Paul Thomas Anderson: por seguir siendo, en tiempos de incertidumbre narrativa e industrial, una verdadera resistencia del cine contemporáneo.