
martes 23 de septiembre de 2025
El retrato de mi padre (2022), de Juan Ignacio Fernández Hoppe, se presenta como un thriller documental que explora la frontera entre cine autobiográfico y búsqueda de la verdad. El punto de partida es la muerte enigmática del padre del realizador, hallado en la playa con psicofármacos entre sus pertenencias, un hecho que deja abierto el interrogante: ¿suicidio, accidente o muerte natural? Lo que parecía un recuerdo clausurado por la familia se reabre como expediente íntimo en una película que pone la cámara al servicio de aquel niño de ocho años que nunca aceptó el cierre del caso.
La obra no se limita a reconstruir una biografía. Examina el papel del archivo familiar como dispositivo de poder: objetos, fotografías y testimonios se convierten en pruebas insuficientes que revelan más sobre los vivos que sobre el ausente. En ese gesto, Fernández Hoppe expone la tensión entre memoria subjetiva y verdad histórica, una grieta en la que lo cinematográfico funciona tanto como investigación como proceso de duelo inacabado.
El documental también plantea otra hipótesis: el padre, musicoterapeuta y músico marginal, aparece como una figura que encarna los límites de la representación. Su ausencia no solo atraviesa la vida del hijo, sino que cuestiona el modo en que una familia arma su relato para sobrevivir al trauma. La negativa de la madre a considerar la posibilidad del suicidio actúa como contrapunto narrativo y muestra cómo la llamada “verdad oficial” puede funcionar como un mecanismo de defensa.
El retrato de mi padre dialoga con una corriente del cine latinoamericano que utiliza la autobiografía como forma de intervención política. Lo que empieza como indagación personal desplaza la pregunta central: ¿es posible filmar la verdad? La película no ofrece respuestas concluyentes, pero transforma la investigación en un modo de narrar la pérdida desde el presente y en un acto de resistencia contra el olvido.