
lunes 22 de septiembre de 2025
Maspalomas (2025), el nuevo trabajo del colectivo vasco Moriarti, inicia con un golpe visual que desafía al espectador. La cámara se adentra en las dunas canarias y muestra cuerpos masculinos en pleno acto sexual. Entre ellos aparece Vicente, un jubilado de 76 años interpretado por Jose Ramon Soroiz, que abandona su vida convencional en Donostia —mujer, hija, familia atravesada por la distancia— para refugiarse en ese enclave de libertad. Maspalomas es para él un escondite y, al mismo tiempo, el lugar donde finalmente puede ser quien es.
La película, dirigida por Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi, combina dos mitades bien diferenciadas. La primera, de ritmo vibrante, transcurre entre la intimidad de los matorrales y el frenesí de la discoteca. Todo se interrumpe bruscamente cuando Vicente sufre un ictus y el título aparece en pantalla. A partir de allí, la narración se desplaza a una residencia de ancianos en San Sebastián, en los inicios de la pandemia.
El color y el movimiento dan paso a una puesta más sobria, centrada en diálogos y miradas. La vitalidad de Vicente se enfrenta a un entorno regido por normas rígidas, una metáfora de la sociedad que limita a la vejez y a las identidades disidentes.
La ambición central de Maspalomas es abordar la homosexualidad en la tercera edad, doble tabú que se expresa en la falta de intimidad: un gesto mínimo, como mirar porno en la cama, se vuelve problemático. Kandido Uranga encarna un contrapunto vitalista que conecta con Vicente en una relación que fluctúa entre la comedia y el drama.
El guion de Goenaga expone la paradoja de salir del armario para volver a él en un contexto institucional. La escena con la psicóloga, que recomienda “no incomodar a los demás”, actualiza la vieja consigna “don’t ask, don’t tell”, y revela la hipocresía de un sistema que condiciona la identidad.
El desenlace recupera el recuerdo luminoso de Maspalomas: el mar, los colores y la música de Franco Battiato cierran con una frase-manifiesto: “Los deseos no envejecen casi nunca con la edad”. Más allá de las irregularidades en la trama familiar de Vicente, la película mantiene una coherencia narrativa que sostiene su potencia. Un relato que sitúa en primer plano la dignidad, la resistencia y la necesidad de mirar de frente aquello que suele quedar fuera de campo.