
sábado 20 de septiembre de 2025
La historia comienza en Ginebra: Lina (Isabel Aimé González Sola), una reconocida diseñadora de moda, recibe un premio y, en un gesto inesperado, lo arroja a la basura. Se escapa de la ceremonia, recorre la ciudad y termina lanzándose a un río. De regreso en Buenos Aires, la vida con Pedro (Esteban Bigliardi) y su hija parece retomar cierta normalidad, pero el agua vuelve como síntoma: miedo, sobresaltos, incapacidad de sostener lo cotidiano. Ese primer acto funciona como una frontera, un punto de quiebre entre dos modos de existir.
Más que un drama familiar, Las corrientes (2025)—presentada en Toronto y en competencia en San Sebastián y FIC.UBA—se construye como un retrato de una subjetividad en fricción. El sonido amplifica lo mínimo hasta volverlo insoportable; los encuadres descentrados, los silencios prolongados y los tiempos muertos revelan la distancia entre lo que Lina aparenta y lo que en verdad procesa. Milagros Mumenthaler evita explicaciones directas y hace del desajuste su lenguaje, dejando que sean las imágenes y los ruidos los que transmitan un estado interior que nunca encuentra palabras.
La intimidad doméstica refuerza esa grieta. La maternidad, el matrimonio y la gestión de su trabajo exigen de Lina una actuación constante que sostiene en automático. El film observa el costo de esa economía afectiva desigual, donde los cuidados y las obligaciones recaen sobre ella sin posibilidad de negociación. La puesta en escena subraya esa tensión en los espacios ordenados, en las rutinas repetitivas, en los pequeños choques de clase y de género que nunca se nombran pero quedan impresos en cada plano.
Las corrientes, en diálogo con el surrealismo, el expresionismo, el minimalismo y las vanitas barrocas, se inscribe en la tradición del cine moderno europeo que hizo del vacío y la fragmentación una forma de narrar la crisis existencial. Mumenthaler convierte la ruptura en metáfora del límite, el instante en que la vida deja de sostenerse bajo sus formas conocidas. Desde allí, la película rehúye del cierre y expone el derrumbe de una identidad atrapada en sus propios mandatos, recordando que lo insoportable también pertenece al territorio del cine.