
sábado 20 de septiembre de 2025
Todo comienza con Max Varela (Pau Simon), heredero responsable de la muerte de su novia Ane Falcón en un accidente provocado por alcohol y drogas. Tras un paso por prisión que funciona como prólogo carcelario, recupera la libertad solo para descubrir que lo espera otro encierro, esta vez bajo tierra.
La familia Varela, junto a otras fortunas, es conducida al Kimera Underground Park, un refugio vendido como paraíso nuclear. Spa, restaurantes y suites de cinco estrellas completan la postal de lujo. Pero pronto aparece la trampa: no llegaron allí por elección, sino engañados por la promesa de sobrevivir a un desastre que nunca ocurrió. El búnker no es refugio, sino cárcel disfrazada.
El encierro se complica con la presencia de los Falcón, la familia de Ane, que cargan viejas rencillas imposibles de enterrar. Lo que pudo ser un retrato incómodo sobre poder y miedo se degrada en una seguidilla de reproches dignos de sobremesa familiar, flashbacks reciclados y secretos tan previsibles que parecen escritos en un manual barato de guion.
El elenco reúne a Joaquín Furriel, en el rol del empresario Guillermo Falcón empeñado en sostener sus privilegios, acompañado por su hija Asia (Alícia Falcó) y su nueva pareja Mimi (Agustina Bisio). Natalia Verbeke y Carlos Santos encarnan a los padres de Max, atrapados en la hostilidad, mientras que Miren Ibarguren asume el papel de Minerva, responsable del engaño que los llevó bajo tierra. Un reparto potente que, sin embargo, queda limitado por un guion que los reduce a estereotipos.
Los episodios avanzan como un Gran Hermano nuclear, con conspiraciones internas, romances improvisados y disputas familiares que terminan por vaciar de tensión lo que se anuncia como thriller social. El supuesto búnker se convierte en una jaula dorada donde lo único que explota son los clichés. Así, El refugio atómico se vende como distopía de supervivencia, pero acaba funcionando como un culebrón de lujo con apocalipsis de utilería.