
sábado 20 de septiembre de 2025
El pádel es nuestro (2025) coloca en el centro a dos matrimonios en crisis por la obsesión deportiva de los maridos. Pablito (Gonzalo Valenzuela) y Max (Tiago Correa) forman pareja en la cancha y reorganizan su vida en torno a un juego en el que apenas destacan, mientras descuidan a sus familias. Helena (Yamila Reyna) y Soledad (Elisa Zulueta), cansadas de esa dinámica, deciden unir fuerzas para apartarlos del club. En ese intento surgen sospechas sobre la relación entre los hombres, prejuicios que la película retoma con humor, hasta que los cuatro personajes se ven obligados a replantearse vínculos, jerarquías y el lugar del deseo en sus vidas.
La dirección de Gabriela Sobarzo trabaja con una premisa clara: matrimonios puestos a prueba por una obsesión compartida. La estructura se ajusta a un esquema de comedia de enredos reconocible, con planteo inicial, desarrollo de malentendidos y un clímax deportivo que remite a modelos ya explorados en el cine argentino —como El fútbol o yo (2017). El guion mantiene la linealidad y evita dispersarse, aunque no alcanza a profundizar en las aristas más sugestivas que abre la premisa.
En lo formal, la puesta apuesta a un registro televisivo sin demasiadas búsquedas visuales. La cámara se concentra en el intercambio verbal y en la dinámica dentro de espacios cerrados —casas y clubes—, mientras que las escenas de pádel se resuelven con montaje ágil y efectos digitales, funcionales al ritmo de la comedia, pero sin gran verosimilitud deportiva.
El elenco sostiene gran parte del interés. Valenzuela otorga a Pablito cierta vulnerabilidad marcada por la necesidad de validación; Correa aporta un Max más competitivo, cercano a la caricatura; Zulueta y Reyna funcionan como contrapunto crítico y espejo del mismo deseo que intentan combatir. Los roles son estereotipados, pero los actores logran dotarlos de cierta naturalidad y matiz.
El aporte más visible del film radica en su lectura social: el pádel, convertido en fenómeno masivo en Chile, aparece como metáfora de evasión y como detonante de conflictos íntimos. Sin embargo, el abordaje formal no siempre acompaña ese potencial. La película elige un terreno seguro, sin riesgo estético, y muchas veces se apoya en gags que refuerzan lo evidente.