
Cuando la Academia de Cine anunció que Sirât, la última película de Oliver Laxe, será la representante española en la categoría de mejor filme internacional en los próximos Oscar, la noticia resonó más allá del circuito cinéfilo. No es solo que la cinta llegara avalada por el Premio del Jurado en Cannes, ni que cuente con el respaldo de El Deseo —la productora de los hermanos Almodóvar— y de la distribuidora estadounidense Neon, experta en convertir rarezas en éxitos globales (Parásitos, Anora). La cuestión es qué implica esta elección para la proyección internacional del cine español y qué revela sobre nuestra industria.
Sirât es, en muchos sentidos, una rareza dentro del panorama nacional. Su premisa —un padre en busca de su hija veinteañera en el universo de las raves, atravesando montañas y desiertos— podría sonar excéntrica para el espectador medio, pero es precisamente esa radicalidad formal y narrativa la que ha conectado con la crítica internacional. La Academia ha apostado, una vez más, por un cine de autor arriesgado y no por propuestas más cercanas al gran público. Y aquí surge el debate: ¿queremos ganar visibilidad en Hollywood o reafirmar la identidad de un cine español que busca diferenciarse?
La elección de Laxe evidencia también un fenómeno recurrente: la dependencia de Cannes como plataforma legitimadora de nuestro cine. Desde O que arde hasta hoy, la carrera del director gallego se ha construido bajo el paraguas de la Croisette. Y aunque eso da prestigio, también expone la fragilidad de una industria que parece necesitar el sello extranjero para validar su talento.
No menos relevante es el papel de las productoras. El Deseo, con su prestigio internacional y su experiencia en la carrera de los Oscar (Dolor y gloria), vuelve a ser la cara visible de una candidatura española. La implicación de los Almodóvar funciona como aval artístico y comercial, pero también plantea una pregunta incómoda: ¿qué ocurre con los proyectos que no cuentan con ese tipo de respaldo? ¿Podría una película de menor estructura industrial haber llegado tan lejos?
Conviene mirar también al contexto internacional. Este año, países como Corea del Sur, Alemania o Noruega envían propuestas que combinan riesgo estético y potencia de distribución. La competencia será feroz, y España deberá confiar no solo en la calidad de Sirât, sino en la capacidad de Neon para hacerla visible en un mercado estadounidense que consume poco cine extranjero.
Más allá de las quinielas, el verdadero desafío está en el relato que el cine español construye de sí mismo. Sirât no es una película fácil ni complaciente, pero representa una idea poderosa: la de un cine que, en tiempos de homogeneización cultural, apuesta por la singularidad. Si consigue llegar a la nominación, será un triunfo colectivo. Si no, quedará al menos la certeza de que España ha preferido competir con una obra que desafía al espectador en lugar de conformarse con fórmulas seguras.
La candidatura de Sirât abre una ventana para reflexionar sobre cómo nos mostramos al mundo. ¿Queremos que España sea vista como un país que arriesga en su cine, que exporta radicalidad y mirada autoral, o aspiramos a encajar en las dinámicas de Hollywood? Sea cual sea la respuesta, Oliver Laxe ya ha logrado lo más difícil: situar a nuestro cine en el mapa del debate internacional. @mundiario