
lunes 15 de septiembre de 2025
La película se abre en Lima durante los días más duros del confinamiento por la pandemia. Ramón, interpretado por Emanuel Soriano, recibe un paquete que contiene las cenizas de su padre, con el que no tenía contacto desde hacía años. El encierro, sumado a una ruptura amorosa, lo empuja a un estado de deriva que Salvador del Solar (Magallanes, 2015) retrata con planos fijos, silencios densos y un uso expresivo de las sombras. La sensación es la de un mundo detenido, donde el dolor personal se mezcla con la incertidumbre global.
El giro aparece cuando Ramón conoce a Mateo (Álvaro Cervantes), un joven español que quedó varado en Lima sin poder regresar a su país. Ese encuentro abre una grieta en el encierro: dos desconocidos que, obligados a compartir la soledad, construyen una relación de complicidad. No se trata de una historia de amor en el sentido convencional, sino de un vínculo atravesado por la necesidad de compañía y de reconocimiento mutuo. El aislamiento convierte al edificio en un microcosmos, y la relación entre ambos se transforma en la línea de fuga de la narración.
La segunda mitad de Ramón Ramón expande el relato hacia el afuera. Ramón decide llevar las cenizas de su padre a Mito, en Junín, y junto a Mateo emprende un viaje por carretera que cambia el registro visual. La fotografía limpia resalta los paisajes abiertos del Perú, que contrastan con la opresión del encierro inicial. Pero esos paisajes no se muestran como simple postal: están atravesados por la precariedad y la desigualdad social, representada en las caravanas de caminantes que huyen de la capital en busca de mejores condiciones. El viaje se convierte en un doble movimiento: Ramón enfrenta su propia memoria y Mateo descubre un país marcado por tensiones profundas.
El film adopta un montaje pausado y contemplativo, acorde con su tono introspectivo. Sin embargo, esa misma elección genera por momentos una cierta monotonía visual, sobre todo en la segunda mitad, donde la repetición de recursos limita el impacto narrativo. Aun con esas debilidades, Ramón Ramón logra articular lo íntimo con lo colectivo, planteando que las historias personales no se aíslan de la historia social. En ese cruce entre duelo, amistad y memoria familiar, la película traza un mapa sensible de un Perú en pandemia, donde la dignidad se vuelve horizonte de deseo y también de resistencia.