
lunes 15 de septiembre de 2025
En El repartidor está en camino (2024), Martín Rejtman elige seguir a los trabajadores de aplicaciones que durante la pandemia ocuparon las calles vacías de Buenos Aires. Lo que a primera vista podría parecer un retrato observacional se convierte en una radiografía de la dependencia social hacia un sistema laboral que se expande sin regulaciones ni derechos.
La decisión de evitar entrevistas o explicaciones convierte a la observación en denuncia silenciosa. La cámara registra a los repartidores como piezas de una maquinaria que nunca se detiene, incluso en pleno confinamiento. Esa rutina, repetida hasta la extenuación, evidencia cómo el capitalismo de plataformas instala una lógica en la que el movimiento constante reemplaza la estabilidad y en la que el trabajador desaparece como sujeto para volverse engranaje.
Cuando la narración se traslada a Caracas, el film revela que el desplazamiento no altera la lógica, sólo la multiplica. Entre shoppings de lujo y barrios empobrecidos, la economía dolarizada exhibe desigualdades que dialogan con las de Buenos Aires. La migración, pensada como posibilidad de mejora, se vuelve símbolo de un callejón sin salida: más allá de la frontera, el sistema se repite intacto y la precariedad persiste como marca global.
Rejtman, con su distancia estética característica, hace visible lo que muchos prefieren no mirar: un orden urbano sostenido por trabajadores invisibilizados y desprotegidos. El repartidor está en camino expone cómo la economía digital se legitima a través de la emergencia y convierte el derecho al trabajo en una mercancía móvil y descartable. Allí radica la dimensión política de la película: mostrar que la flexibilidad celebrada por las plataformas es, en verdad, la forma contemporánea de la explotación.