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sí como el PRI, mareado con su ejercicio del poder, fue perdiendo piso y poniendo irresponsable distancia con la realidad nacional no obstante las llamadas de atención y los focos rojos encendidos con alarmante frecuencia, los dueños de la industria taurina de México, por omisión de la autoridad, fueron desviando el camino de la tauromaquia mexicana por veredas de comercialización, abuso y dependencia.
“La fiesta se debate en la agonía –escribió hace 70 años un prestigiado y temido crítico taurino de la Ciudad de México– porque todos los sectores que a ella concurren no ponen su grano de arena o su bloque de mármol para que ella sea, como debiera ser, la fiesta más importante de este país.” Y eso que en los años 50 las autoridades capitalinas estaban involucradas, tanto en la vigilancia de la función taurina como en la protección del público aficionado. Los melindres del animalismo vendrían después.
Con la retirada de Manolo, Eloy y Curro, cuyas virtudes y vicios dieron al espectáculo taurino en México un importante impulso gracias también al empresario jalisciense Leodegario Hernández Campos, que supo hacerle frente a Diversiones y Espectáculos de México, SA, la todopoderosa Demsa de Alberto Bailleres, los metidos a promotores de la fiesta, sin asimilar la habilidad empresarial de Leodegario, tomaron una mala decisión: nuevos nombres pero mismas reses, cuando urgía un repunte ganadero en lo tocante a edad y trapío. Anteponer la comodidad a la bravura fue el principio del fin, a ciencia y paciencia de taurinos, crítica, públicos y autoridades.
Y luego la incursión de los Alemán en la Plaza México, más que para competir para compartir, en despliegue de acomplejada falta de creatividad empresarial, a algunos ases importados, con un pecado adicional: sin propósito de promover un oportuno relevo generacional de toreros nacionales en poco más de dos décadas de autorregulada terapia ocupacional. Así que para cuando los Bailleres regresan (2016) al Coso de Insurgentes la sudamericanización se ha consumado y los ensayos prohibicionistas comenzado.
Buenismo es un término incierto pero extendido que va por el mundo anteponiendo la compasión indiscriminada y una bondad a diestra y siniestra en la línea del asistencialismo por los semejantes y, más recientemente, por los animales y, más concretamente, por los seres sintientes, confundiendo dolor con sufrimiento, al condolerse de los que no tienen posibilidad de defenderse, ni de humanos ni de otros depredadores. Pero también se recurre al buenismo como manera de evitar el enfrentamiento con la propia vulnerabilidad y las reacciones emocionales que provocan las embestidas cotidianas de un sistema social enloquecido.
Al buenismo lo sostiene el mesianismo o la esperanza de una felicidad completa que vendrá con un líder, al que corresponde el establecimiento de un nuevo orden que dará origen al mundo ideal, sin injusticias de ninguna índole. Esta idea de superioridad moral que acompaña a los buenistas se traduce en unos afanes justicieros que no vulneran las estructuras del sistema, sino sólo algunas prácticas sanguinarias visibles, como las corridas de toros. Suprimida la sangre, suponen, se suprimen el dolor y los riesgos.
Bien hará el gobierno mexicano en evitar incurrir en el buenismo si de verdad quiere mantener unas relaciones más saludables y menos impositivas, una conexión más empática con toda la ciudadanía, hoy agraviada con prohibiciones antojadizas y descuidos inexcusables, mientras las incongruencias siguen a la alza.