
domingo 14 de septiembre de 2025
Hay libros que buscan ordenar y hay libros que buscan inquietar. El cine de Lucrecia Martel pertenece a la segunda estirpe: se presenta como un cuerpo múltiple, un organismo en expansión que respira y late con cada ensayo. En lugar de ofrecer un manual de interpretaciones cerradas, invita a dejarse arrastrar por los temblores de una obra que, desde La ciénaga hasta Zama, desacomodó para siempre la manera de ver y escuchar cine en la Argentina y en América Latina.
Lucrecia Martel no solo filmó películas: instauró un modo de percepción. Su trabajo con el sonido, con los gestos mínimos, con las tensiones entre lo visible y lo que queda fuera de campo, la convirtió en una referencia insoslayable. En sus relatos, la intimidad doméstica, los ecos de la historia y la violencia latente se entrelazan para configurar un universo tan personal como colectivo. No es casual que este libro recurra a múltiples voces para abordarla: ninguna mirada por sí sola alcanza para rodear una filmografía que rehúye toda clasificación.
Los compiladores Natalia Christofoletti Barrenha, Julia Kratje y Paul Merchant convocaron a críticos, ensayistas e investigadores de distintas latitudes para dar forma a un volumen que articula textos inéditos, traducciones y colaboraciones exclusivas. Allí se cruzan nombres como Gonzalo Aguilar, Ana Amado, Adriana Amante, Emilio Bernini, Mônica Campo, Damyler Cunha, Ana Forcinito, Diego Haase, Alejandra Laera, Dianna Niebylski, David Oubiña, María José Punte, Mariana Souto y Malena Verardi. La diversidad no se plantea como simple acumulación, sino como estrategia: dejar que las películas de Martel generen resonancias distintas en cada escritura.
El resultado es lo que Fernanda Alarcón definió con una imagen precisa: un “libro monstruo”. Una criatura hecha de cuernos, canciones, pelos y susurros, capaz de entrelazar escenas y conceptos, emociones y memorias, para devolvernos la pregunta central que Martel instala en cada plano: ¿qué significa ser espectadores? En ese gesto, el volumen se convierte en algo más que una recopilación de ensayos: es una experiencia crítica que exige presencia, atención, disposición al desconcierto.
La entrevista a Martel que cierra el libro no es un apéndice, sino un contrapunto. Allí, la directora despliega su propia reflexión sobre un cine que siempre buscó desestabilizar los modos habituales de percepción. Con esa voz se completa un recorrido que confirma que su obra no puede ser leída desde un único lugar: se trata, más bien, de un territorio en disputa, un espacio donde la crítica, la teoría y la experiencia espectatorial se encuentran.
El cine de Lucrecia Martel no se limita a analizar películas: ofrece una herramienta para pensar el cine como lenguaje y como política de las imágenes. En tiempos donde la saturación audiovisual parece anestesiar la mirada, este libro recuerda que mirar sigue siendo un acto de resistencia y que, frente a un monstruo como el cine de Martel, también nosotros quedamos bajo observación.