
Cuando se estrenó El tren infinito en 2020, pocos imaginaron que una película nacida de un manga de culto acabaría disputando cifras a clásicos como Titanic o El viaje de Chihiro. Aquello fue algo más que un éxito comercial: fue la señal de que el anime había dejado atrás su condición de nicho y estaba dispuesto a ocupar un lugar central en la cultura de masas global. Cinco años después, Kimetsu no Yaiba: La fortaleza infinita refuerza esa tendencia y la lleva a su máxima expresión. El cierre de la saga no se limita a culminar la historia de Tanjiro y Nezuko; es, en sí mismo, un ensayo sobre cómo se construyen hoy los relatos que aspiran a trascender generaciones.
Un final que trasciende la pantalla
Lo primero que cabe subrayar es que Kimetsu no Yaiba no sería lo que es sin su apuesta estética. Frente a otros animes que sacrifican calidad en favor de ritmo de producción, la obra dirigida por Haruo Sotozaki ha convertido cada plano en un espectáculo visual diseñado para el cine. Las técnicas de respiración, las coreografías imposibles y la saturación cromática no son meros adornos: son el vehículo que hace que la emoción de la trama se experimente de manera física en la butaca. No se trata solo de narrar una guerra entre demonios y cazadores; se trata de invitar al espectador a sentir cada golpe, cada destello, cada nota de la banda sonora como parte de un ritual colectivo.
Pero el análisis no puede quedarse en lo estético. Lo que hace grande a Kimetsu no Yaiba es su capacidad para encarnar preguntas universales con un envoltorio de fantasía. La obsesión de Muzan por vencer a la muerte no es solo la ambición de un villano, sino el eco de una angustia humana tan vieja como la civilización. La resiliencia de Nezuko frente al sol no funciona únicamente como recurso narrativo, sino como metáfora de una esperanza que resiste en tiempos oscuros. La historia de los hermanos Kamado habla, en último término, de cómo enfrentar la pérdida y el dolor sin perder la dignidad. Esa es la fibra que conecta a espectadores de Tokio, Madrid o Nueva York: la certeza de que, tras los fuegos artificiales, late un relato profundamente humano.
Un relato universal: sacrificio frente a inmortalidad
Ahora bien, La fortaleza infinita también nos recuerda que el anime ya no pertenece solo a Japón. Su estreno global, su promoción al estilo Hollywood y su estructura de trilogía lo sitúan en el terreno del espectáculo industrial. Aquí surge la paradoja: la misma obra que fascina por su autenticidad y por la sensibilidad japonesa que la inspira es también una maquinaria de marketing con pretensiones planetarias. Y este doble rostro abre un debate: ¿hasta qué punto la internacionalización del anime lo fortalece o lo diluye? ¿Es posible mantener el alma artesanal de una obra cuando se somete a la lógica del récord de taquilla?
En este sentido, es espejo y advertencia. Espejo de un momento cultural en el que lo japonés ya no es exótico, sino parte de la cultura global compartida. Y advertencia de que, si el anime quiere seguir marcando la diferencia, deberá cuidar su capacidad de emocionar más allá del impacto visual. Porque lo que verdaderamente ha atrapado a millones de personas no son solo los demonios o las espadas, sino la forma en que cada episodio ha sabido hablar de la fragilidad y la fortaleza humanas.

El desenlace en cines no es solo el cierre de una saga, sino la constatación de un cambio de época. Así como Dragon Ball marcó la infancia de una generación o Naruto moldeó la adolescencia de otra, Kimetsu no Yaiba ha definido lo que significa crecer en un mundo hiperconectado y globalizado. No es casualidad que su final llegue en formato de trilogía cinematográfica: la experiencia ya no es solo individual, frente a una pantalla en casa, sino colectiva, en la oscuridad de una sala repleta de fans que comparten lágrimas y aplausos.
Por eso, más allá de si La fortaleza infinita supera o no las cifras de El tren infinito, lo que está en juego es el lugar del anime en la cultura contemporánea. Lo que vemos en pantalla no es únicamente el fin de la historia de Tanjiro, sino la consolidación de un medio que, lejos de ser marginal, se ha convertido en uno de los grandes relatos de nuestro tiempo. Kimetsu no Yaiba no solo cierra un ciclo; redefine, de algún modo, el futuro del anime en la era global. @mundiario