
Una mezcla entre el vértigo de lo desconocido, el pulso de una juventud intrépida y la tensión de un thriller. Esta es la premisa de Verano Trippin (2025), la ópera prima de Morena Fernández Quinteros, protagonizada por Miranda de la Serna y Zoe Hochbaum, que este jueves llega a las salas de cine argentinas. En el marco del debut del film en la pantalla grande, la realizadora audiovisual dialogó en exclusiva con EscribiendoCine.
Las ideas para un film pueden surgir desde múltiples lugares, ¿cuál fue el origen de “Verano Trippin”?
Nace de muchos lugares. Primero, yo crecí en el sur, en Bariloche. Entonces, hay una base de inspiración de mi experiencia ahí. Obviamente, algunas de las cosas que pasan en la película tienen que ver con experiencias propias o de conocidos, también de nuestro ámbito de juego y de desarrollo, que era esa naturaleza inmensa, donde todo parece posible, con una libertad enorme. Pero, cuando empecé a escribir la película, que fue en la pandemia, en la primera estructura que armamos había algo de las historias que a mí me inspiraban cuando era adolescente, las coming of age y las películas de fumones, con mundos más oscuros y ridículos. Asimismo, había algo de los elementos de la sátira que quería traer, quería jugar con esos bordes indefinidos.
Uno de los conceptos de la película tiene que ver con los riesgos, sobre todo con los que corren estas protagonistas. Llevando esta premisa a tu recorrido con “Verano Trippin”, ¿cuáles considerás que fueron los riesgos que tuviste que afrontar en tu ópera prima?
No había dirigido nada antes de Verano Trippin, ni un corto. Sí siempre estuve muy cerca de los rodajes, por mi trabajo de productora, desde hace 12 años. Fui parte de muchos proyectos y rodajes, trabajé muy de cerca con directores, entonces, había un conocimiento. Pero el vértigo era total, y para mí el riesgo más grande era el trabajo con actores, ya que nunca los había dirigido. Me preparé mucho para hacerlo. La película está atravesada por la mirada de las chicas sobre la pérdida de la ingenuidad de manera abrupta, cómo se van metiendo en mundos muy complejos.
Una frase que menciona el personaje de Ariel Staltari es que “la experiencia es intransferible”. Fuera de la ficción, ¿ves reflejada esta idea en el proceso de la realización audiovisual?
Estar en el set fue el momento más feliz de mi vida, es mi ámbito natural. Fue muy intenso, eran 22 días de rodaje, a veces con escenas muy complejas, sobre todo en el sur, que filmábamos un día arriba de la montaña, y otro abajo. Y, después, entendí cómo se siente un director cuando termina de filmar una película, todo el proceso de editar hasta llegar ahora, en un diálogo interno conmigo misma, yo sola con mi obra.
Otra cuestión que se aborda en el film es la transición de la adolescencia a la adultez, con las luces y las sombras que eso conlleva. En tu caso, ¿qué fue lo más gratificante y lo más doloroso de ese pasaje?
En mi caso, como las protagonistas, a los 18 años estaba esta cuestión de tener que irse. La película agarra ese momento de la vida, en el que uno siente, ya sea por mandato o por otro motivo, la idea de irse a experimentar otra vida, y estaba la creencia de que si no te ibas de tu ciudad a estudiar había un fracaso. Entonces, uno tomaba esa decisión de irse a los 18 años, y no tenías ni idea de qué ibas a hacer de tu vida. Hay algo de esa experiencia que, sin dudas, lo trasladé, porque siento que es un momento, ese pase de la adolescencia a la adultez, donde todo se vive muy intensamente. Las amistades se viven muy intensamente, pasan a ser muy constitutivas, y en algún momento te toca despedirte de esos amigos que pensabas que iban a ser para toda la vida. La película está muy atravesada por mi sensación de crecer.