
miércoles 10 de septiembre de 2025
La primera decisión de Las maldiciones (2025) es contar la historia en tres «actos» en lugar de condensarla en una película. Su duración total apenas supera las dos horas, lo que la coloca en una frontera ambigua entre ambos formatos. La división en capítulos no busca estirar la trama, sino permitir un segundo episodio construido como un extenso flashback que difícilmente encajaría en un montaje clásico. A esa apuesta se suma la libertad de la adaptación, que traslada la acción de la provincia de Buenos Aires de la novela al norte y, en el camino, elimina subtramas y personajes secundarios para concentrar la tensión en un núcleo reducido de vínculos y conflictos.
La acción se ubica en una provincia del NOA atravesada por la disputa en torno al litio, motor dramático que define cada movimiento de los personajes. El gobernador Fernando Rovira (Leonardo Sbaraglia) queda cercado por presiones externas e internas, mientras Román Sabaté (Gustavo Bassani), su hombre de confianza, y Zoe (Francesca Varela), su hija adolescente, se convierten en piezas clave de un tablero donde las lealtades se tensan al límite. En ese entramado emerge la figura de su madre (Alejandra Flechner), que hace visible que el poder no solo se juega en la arena institucional: también se transmite como una herencia familiar maldecida, una carga que contamina cada vínculo y se arrastra de generación en generación como una condena inevitable.
El relato cruza thriller político y drama familiar, pero introduce además códigos del western a través de caminos solitarios, duelos contenidos y una geografía árida que convierte al norte argentino en escenario de disputa. Esa fusión de géneros no solo sostiene la tensión sino que le da una identidad propia, capaz de reinventar lo conocido con un pulso que nunca deja de incomodar.
El resultado es un relato intenso y concentrado. Su mayor debilidad aparece en el tercer episodio, cuando la resolución se precipita y desarma parte de lo construido con paciencia en los anteriores. Aun así, Las maldiciones encuentra en el cruce de géneros su fortaleza y demuestra que a veces la apuesta formal es lo que define la eficacia de una historia.