
domingo 07 de septiembre de 2025
Mi vida anterior es un unipersonal donde Dennis Smith interpreta a madre e hijo y, en ese cruce, revisa las marcas del terrorismo de Estado en la intimidad familiar. No apela a la confesión, sino que instala la memoria como un campo de disputa.
El relato parte de la muerte de Gal Costa, figura clave en el exilio de Mariana. Ese hecho impulsa a Francisco, su hijo, a pedirle que cuente su historia. A partir de ahí, la narración retrocede a 1975, cuando Mariana, oficial montonera, pasa a la clandestinidad con su bebé tras la muerte en combate de su compañero. En la huida es secuestrada y sobrevive porque un militar la elige como amante y la lleva a Brasil. Para sus excompañeros eso es traición; para su hijo, un enigma.
La puesta se organiza con un dispositivo preciso. Desde una silla a espaldas del público y frente a cámara, Francisco habla y su imagen se proyecta en pantalla. Mínimos cambios de postura y vestuario desplazan la voz hacia Mariana. La iluminación, en distintas tonalidades, marca los saltos temporales y emocionales, mientras que el recurso audiovisual no ilustra, sino que confronta con lo teatral al cuestionar la validez del testimonio.
La música en vivo suma otra capa. Smith interpreta piezas que atraviesan la vida de los personajes y su contexto histórico. No funcionan como exhibición vocal, sino como llaves que abren zonas de memoria y transforman cada interpretación en un acto político, donde lo íntimo se vuelve colectivo y el pasado irrumpe en el presente.
Lo que comienza como un recuerdo íntimo se despliega en una trama de memorias fragmentadas, atravesadas por silencios y contradicciones. La obra no busca respuestas definitivas, sino que expone preguntas incómodas y convierte al teatro en un territorio donde la historia vuelve con intensidad, se instala en el presente y obliga a mirarla sin desvíos.