
viernes 05 de septiembre de 2025
La ópera prima de Rebecca Lenkiewicz, presentada en la Berlinale, se propone como un drama intergeneracional sobre mujeres atravesadas por la enfermedad, el deseo y los secretos familiares. Adaptación de la novela de Deborah Levy, Hot Milk (2025) recurre a la luz de Almería y a la fuerza de sus intérpretes —Fiona Shaw, Emma Mackey y Vicky Krieps— para sostener una narración que nunca logra escapar del aire distante que la domina.
El relato sigue a Rose (Shaw), paralizada desde hace años, y a su hija Sofia (Mackey), atrapada en el rol de cuidadora. El encuentro con Ingrid (Krieps) abre un camino de liberación para la joven, pero la puesta de Lenkiewicz opta por un registro frío, casi clínico, que diluye la tensión latente. La relación madre-hija, núcleo de la historia, aparece construida con una distancia emocional que impide la empatía con el espectador.
Aunque la fotografía de Christopher Blauvelt trabaja con sutileza la idea del agua como símbolo de lo reprimido, el guion se limita a esbozar conflictos sin profundizar en ellos. Los silencios que podrían sugerir densidad terminan funcionando como vacíos narrativos. La acumulación de metáforas nunca alcanza a sustituir la ausencia de una verdadera exploración de la subjetividad de Sofia.
El desenlace, abrupto y explosivo, parece más un recurso de cierre que la consecuencia de un desarrollo coherente. Si bien Shaw entrega un papel sólido, el film privilegia la superficie estética por sobre la construcción dramática, lo que refuerza una sensación de desapego. Hot Milk, lejos de articular un retrato íntimo sobre la maternidad y el deseo, queda marcada por la frialdad de su aproximación.