
miércoles 03 de septiembre de 2025
Las máscaras de oxígeno no caerán automáticamente (Máscaras de Oxigênio Não Cairão Automaticamente, 2025) recupera un episodio real de la historia brasileña para narrar la solidaridad comunitaria frente a la crisis del VIH. Dirigida por Marcelo Gomes y Carol Minêm, la serie de cinco capítulos sigue a un grupo de auxiliares de vuelo de Fly Brasil que arriesga su vida para contrabandear AZT, uno de los primeros retrovirales, ante la negligencia estatal que dejó a miles de pacientes sin acceso a tratamiento.
La trama transcurre en el Río de Janeiro de fines de los años 80. Fernando (Johnny Massaro), comisario de abordo, alterna vuelos, discotecas y encuentros sexuales mientras niega la amenaza del virus. Su diagnóstico positivo lo obliga a cambiar de rumbo: del contrabando de perfumes pasa al tráfico de medicamentos, transformando la práctica en un acto de supervivencia. A su lado, Leia (Bruna Linzmeyer) brinda sostén emocional y Raul (Ícaro Silva) encarna la dimensión política y moral de la resistencia en un contexto atravesado por la transición democrática, la homofobia estructural y las tensiones entre apertura política y represión cultural.
En lo formal, la serie trabaja con una fotografía que recrea la textura y los contrastes lumínicos del Río de Janeiro ochentoso, moviéndose entre el brillo de las discotecas y la penumbra de la enfermedad. La música, que alterna el pulso del pop con climas sombríos, refuerza ese vaivén entre euforia y amenaza. Las escenas de sexo, filmadas con precisión, operan como afirmación del deseo y como acto de resistencia frente al miedo y la discriminación.
La narrativa no se limita a reconstruir la epidemia del VIH: funciona también como lectura crítica del presente. En un Brasil que todavía arrastra las secuelas de la pandemia de Covid-19, el relato traza un paralelismo incómodo. Las crisis sanitarias, lejos de ser excepciones, evidencian patrones que se repiten en el tiempo. El contrabando de medicamentos, entonces una estrategia desesperada, se resignifica como gesto político que desnuda la persistencia de desigualdades en el acceso a la salud y la permanencia de prejuicios sociales que siguen marcando cuerpos y vidas.
Aunque algunos personajes cargan con estereotipos —Fernando reproduce rasgos habituales en la representación gay del audiovisual—, la potencia de la serie reside en su capacidad de articular lo personal con lo colectivo, lo íntimo con lo político, y convertir la memoria de los años 80 en un espejo crítico del presente.