
Kathryn Bigelow nunca ha sido una autora complaciente. Su trayectoria demuestra que concibe el cine como un espacio de tensión, adrenalina y denuncia. Lo hizo con En tierra hostil, que retrató la guerra de Irak desde la mirada de un artificiero, y con La noche más oscura, centrada en la persecución de Bin Laden. También con Detroit, donde expuso la violencia policial y el racismo institucional en Estados Unidos. Ahora, con A House of Dynamite, vuelve a insistir en esa mezcla explosiva de rigor narrativo y cuestionamiento moral.
El estreno en la Mostra de Venecia no fue un simple acontecimiento cultural: fue un aldabonazo. La sala se estremeció con la recreación de una crisis nuclear en tiempo real, donde un misil amenaza con destruir Chicago en apenas 19 minutos. El espectador no solo asiste a un relato de suspense, sino a un recordatorio de lo cerca que seguimos de un escenario apocalíptico.
La amenaza silenciada
Bigelow lo expresó con crudeza en rueda de prensa: creció bajo la sombra de los simulacros nucleares en las escuelas, cuando los niños se escondían bajo los pupitres como un gesto ilusorio de protección. Décadas después, esa amenaza persiste, aunque el debate público se haya diluido en la niebla de otras urgencias mediáticas.
El guion de Noah Oppenheim, fruto de entrevistas y documentación en agencias gubernamentales, subraya la paradoja: se calcula que la probabilidad de interceptar un misil nuclear en vuelo no supera el 60%. Un “cara o cruz” que retrata el abismo en el que se mueve la seguridad internacional. La película recuerda que bastaría una decisión presidencial, en soledad, para desencadenar la catástrofe.
Lo interesante de A House of Dynamite no es solo su pulso narrativo, sino el eco político que despierta. En un momento en que resurgen tensiones globales, cuando las potencias vuelven a exhibir arsenales y a justificar el rearme, Bigelow coloca al espectador frente a un espejo incómodo: ¿cómo hemos normalizado vivir bajo la amenaza de la aniquilación instantánea?
El largometraje funciona como una metáfora del cortoplacismo político y de la fragilidad de los sistemas de seguridad internacionales. Mientras en la pantalla se debate entre represalia o prudencia, en la realidad persiste la sensación de que los equilibrios geopolíticos descansan sobre hilos cada vez más frágiles.
La directora no busca el confort del público. Al contrario, lo expone al vértigo de decisiones imposibles. Su cine se alimenta de la incomodidad y del malestar, recordándonos que la ficción puede ser más eficaz que cualquier informe académico a la hora de activar conciencias.

No es casualidad que la Mostra haya reservado un lugar privilegiado para su regreso. Venecia ha acompañado buena parte de su carrera y ahora vuelve a ser el escenario donde la cineasta interpela al mundo.
Un estreno que es también un aviso
A House of Dynamite llegará a salas selectas y a Netflix el próximo 24 de octubre. Lo hará con la carga de una pregunta que Bigelow lanza sin rodeos: ¿cómo puede considerarse una medida defensiva aniquilar el planeta entero?
El cine, en este caso, no se limita a entretener ni a asustar. Se convierte en un dispositivo crítico, un recordatorio de que la amenaza nuclear sigue latente y de que la indiferencia ciudadana es, quizá, la mayor de las derrotas.
Bigelow ha vuelto, y con ella la certeza de que el cine aún puede ser un espacio de resistencia política y de conciencia global. Un lugar incómodo, pero necesario. @mundiario
#BiennaleCinema2025 #Venezia82 @house_dynamite The tagline for the film is “Not if. When”: #KathrynBigelow’s dystopian yet eerily realistic story shows that we’re sitting on a ticking time bomb. The story is pure adrenaline – and so is the Red Carpet. pic.twitter.com/PrCWgV6FGL
— La Biennale di Venezia (@la_Biennale) September 2, 2025